El
jardín de las Weismann o el infierno de la violencia*
Fabio
Martínez
Añadir leyenda |
La Primavera |
Fragmento de El Jardín de las Delicias |
A partir del siglo
XVI, la metáfora del jardín se va a transformar comportando una connotación
simbólica más humana. A partir de este momento, ella será topos y referente de la naturaleza; será representación mental y
construcción de un imaginario y una memoria.
En el clásico tríptico
El jardín de las delicias de
Hyeronimus Bosch[2],
vemos por primera vez que el paraíso ya no representa la Arcadia mítica y
primigenia de la antigüedad, sino que, utilizando los símbolos propios de la
cristiandad, el pintor flamenco representará la condición humana en todo lo que
tiene de esplendor y decadencia. Esto es lo que el crítico estadounidense
Harold Bloom ha denominado como la invención de lo humano[3].
Con sus máscaras de
risa y llanto, de lascivia y dolor, El Bosco —como se le llama en España— introducirá
en el paraíso la otra cara de la moneda: las delicias del infierno.
Si bien es cierto,
el artista parte del mito cristiano de la Arcadia, su tríptico que aún nos
sigue conmoviendo, no representa otra cosa que la condición humana.
A partir de El
Bosco, los artistas y escritores utilizarán esta nueva significación del mito
del edén para prefigurar un mundo más humano, y por lo tanto, más cruel y
despiadado.
Shakespeare lo logró
a través de la invención del fantasma de Hamlet, que desde ultratumba, continúa
siendo la conciencia moral de la época. Cervantes lo conquistó cuando el
Quijote desciende a la cueva de los Montesinos. Como afirma Bloom, en la novela
de Cervantes, el Quijote es su propio demonio que cabalga no para salvar la
España de Felipe III —de por sí insalvable— sino para salvarnos a nosotros.
Para salvar a la humanidad[4].
En el siglo XVIII,
el Marqués de Sade, al poner a la naturaleza por encima de la razón, anuncia
las tribulaciones del hombre de los siglos que están por venir. En el siglo
XIX, Dostoievski, al indagar en el alma del individuo, no sólo prevee el
descubrimiento del inconsciente desarrollado más tarde por Sigmund Freud, sino
que con su obra escrita en prisión, prefigura la conciencia perversa y
transgresora del ser humano. En el siglo XX, el escritor mexicano Juan Rulfo,
al narrar el periplo de un hijo en busca de su padre, lo introduce de lleno en
el mundo de los muertos.
Shakespeare |
Desde El Bosco, la
metáfora del jardín no puede interpretarse sin su contraparte que es el
infierno. Para poder sobrevivir, el edén necesita de su opositor antagónico que
es el infierno. Y ambos funcionan como un mecanismo perfecto de diástole y
sístole.
Para decirlo en
otras palabras: en el arte y la literatura el lugar del jardín siempre estará
unido intrínsecamente a su contrario, que es el infierno; es decir, estará
ligado al mundo de las tinieblas.
El jardín entra en la novela corta
La novela corta
viene de la tradición de los relatos medievales de Boccaccio y las Novelas
ejemplares de Cervantes[5].
Este exquisito género ha perdurado hasta nuestros días gracias a que contiene
un alto grado de perfección literaria que muchas veces no comporta la novela
larga. Como su lenguaje y su universo literario son altamente concentrados, el
nivel de rigurosidad en la novela corta es tan exigente, que se la puede
comparar con la perfección que tiene una mariposa cuando bate sus alas.
Mientras una novela
larga es un hipopótamo que se introduce de lleno en el campo literario, una
novela corta es una libélula que se posa en el jardín.
Para diferenciarla
del relato y el cuento, los franceses le llamaron “nouvelle”; los ingleses
“long short history”; y los italianos, “novella” para separarla del “romanzo”[6].
La novela corta es
precisa y no admite la digresión como sí lo hace la novela larga. Por su
economía del lenguaje, la novela breve puede alcanzar un lenguaje poético que
difícilmente se obtiene en una novela larga.
F Kafka |
Franz Kafka, Albert
Camus, Juan Rulfo, Ernesto Sábato y Thomas Bernhard[7]
han sido los maestros contemporáneos de la novela corta.
Juan Rulfo |
Pedro Gómez Valderrama |
Del jardín de las Weismann al infierno de la
violencia
En nuestra
literatura, la metáfora del jardín no será vista como una alegoría propia de la
Arcadia o el edén bíblico sino que estará ligada a una realidad histórica y
geográfica.
José E. Rivera |
Quizás, el único
texto de nuestras letras que continúa en la tradición judeo-cristiana es el Diario de Colón, que nombró a estas
tierras como el ‘paraíso terrestre’. Después del texto del almirante genovés,
la literatura colombiana ha sido laica y ha estado profundamente ligada al
devenir histórico del país. En el cuento A
la diestra del Dios Padre de Tomás Carrasquilla, encontramos a la muerte
trepada en la copa de un aguacatillo. En La
Vorágine de José Eustasio Rivera vemos al personaje Arturo Cova extraviarse
en aquel escenario de sangre y fuego, que fueron las caucherías del oriente
colombiano. En Las puertas del infierno
de José Luis Díaz Granados, el lector verá cómo el desarraigado de José
Kristián se perderá en el laberinto de la noche bogotana.
A continuación,
vamos a detenernos en El jardín de las
Weismann de Jorge Eliécer Pardo, una novela corta, publicada hace treinta
años, y que desde su primera edición por la editorial Plaza y Janés, se
convirtió en una obra de referencia obligatoria.
Desde su título, El jardín de las Weismann nos introduce
en la metáfora del paraíso. En el plano argumentativo, la novela narra la
historia del desplazamiento de las hermanas Weismann, de origen alemán, que
ante el asesinato de su padre en las calles de Berlín por parte de los nazis,
deciden refugiarse en un país tropical de América del sur.
En la ópera prima de J. E. Pardo, la búsqueda
del paraíso está sugerida desde el título de la obra y se convertirá en el eje
de toda la narración novelesca. Ante un mundo ominoso como fue el período de
los años cuarenta en la Alemania nazi, las hermanas Weismann buscan un mundo
ideal para escapar a esa situación, y creen encontrar el paraíso en un país
perdido de América latina. Por esto, apenas desembarcan, construyen la ‘Casa
del amor y la ternura’ donde se mueve el placer y los amores perdidos. Pero
poco a poco, a medida que estas solitarias mujeres, ávidas de afecto, comienzan
a vivir y a apropiarse del nuevo territorio, van descubriendo, que detrás del
paisaje tropical y exuberante que las seduce, se mueve un hilo negro e
invisible: el paisaje ominoso y deletéreo de la violencia.
En medio de un
encierro obligado por su situación de inmigrantes, ante los ojos de las
Weismann se revelará la historia del alcalde del pueblo, que un día es tomado
preso por las fuerzas del orden; la difícil situación de un cura rebelde que se
convierte en una víctima del pueblo; la vida del niño Ramón, el amor de sus
vidas, que otro día se convierte en guerrillero; los muertos que son lanzados
al río o transportados por el aire en helicópteros; y la amenaza constante de
grupos al margen de la ley que se esconden en las montañas.
En la novela de J.
E. Pardo las metáforas del paraíso y el infierno funcionan a la perfección como
un mecanismo de diástole y sístole. Las hermanas Weismann, que son católicas,
huyen del infierno de la Alemania nazi buscando el paraíso; pero al llegar a
éste, se encuentran con el infierno de la violencia colombiana de los años
cincuenta.
La metáfora
judeo-critiana del edén o paraíso es llevada en la novela de Pardo hasta las
últimas consecuencias. Ante una situación de degradación humana como la que
viven en su propio país, las hermanas Weismann buscan un mundo ideal; pero
apenas llegan a este nuevo mundo, se encuentran con el espectro de la violencia
y la guerra.
Jorge Eliécer Pardo, 2012 |
En el país, debido a
nuestro estado de violencia incesante —llevamos más de 60 años de guerra
ininterrumpida— ha surgido una “literatura de la violencia”. Desde la década
del 60, académicos, historiadores, sociólogos y escritores han dedicado todas
sus energías a comprender e interpretar este fenómeno que ha enlutado a varias
generaciones del país. La llamada “literatura de la violencia” ha sido tan
prolífica en el país como los cientos de miles de muertos que ella ha vomitado
durante los últimos cincuenta años. En este sentido, han surgido
“violentólogos”,“pazólogos”, “especialistas del conflicto” del “posconflicto”;
y últimamente, en el vasto campo de las letras colombianas, ha descollado la
llamada “literatura sicariesca[9]”.
Dentro de este gran
bosque literario que cubre la “literatura de la violencia” hay que afirmar, que
El jardín de las Weismann es una de
las mejores novelas cortas del género no sólo por la temática que aborda, si
no, por la forma cómo trata la historia. Ya lo anunció Julio Cortázar, cuando
dijo: En arte y literatura no importan los temas; lo importante es la forma
cómo están escritos. Y el arte y la literatura es, ante todo, formas, eidos, poiesis.
A diferencia de la
literatura negra, que hoy se escribe en clave hiperrealista —quizás para
intentar ser verosímil y convencer al lector—, El jardín de las Weismann está escrito en un lenguaje poético, que
es el lenguaje del arte y la literatura.
Bibliografía
BERNAHRD, Thomas. El sobrino de
Wittgenstein. Barcelona, Anagrama, 1988
BLOOM, Harold. Genios. Un mosaico
de cien mentes creativas y ejemplares. Bogotá, Editorial Norma, 2002
CARRASQUILLA, Tomás. Obras
completas. Medellín, Editorial Bedout, 1958.
GARCIA MARQUEZ, GABRIEL. El
coronel no tiene quien le escriba. Bogotá, Editorial Norma. 1988.
DIAZ GRANADOS, José Luis. Las
puertas del infierno. Ibagué, Pijao Editores y Caza de libros, 2008
MARTINEZ, Fabio. El viajero y la
memoria. Un ensayo sobre la literatura de viaje en Colombia. Cali, Programa
Editorial de Univalle, 2005
PARDO, Jorge Eliécer. El jardín
de las Weismann. Colección 50 novelas colombianas y una pintada. Ibagué,
Pijao Editores y Caza de libros, 2008
VALLEJO, Fernando. La virgen de
los sicarios. Bogotá, Editorial Alfaguara, 2001
Fabio Martínez, nació en Cali, Colombia
en 1955. Cursó una Licenciatura en Literatura e Idiomas en la Universidad
Santiago de Cali, una Maestría en Estudios Iberoamericanos en la Universidad de
la Sorbona, París IIII, y un doctorado en Semiología en la Universidad de
Quebec en Montreal.
Ha publicado los
siguientes libros: Un habitante del séptimo cielo; Fantasio; El
viajero y la memoria; Pablo Baal y los hombres invisibles; Club
social Monterrey; Cuentos sin cuenta: Antología de relatos de escritores colombianos de la generación del 50;
La búsqueda del paraíso: Biografía de Jorge Isaacs; Del amor
inconcluso.
Colección
Los Conjurados, 2006) obtuvo el Primer Premio Jorge Isaacs, 1999.
* Nota aparecida en la revista Poligramas
31, Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle. Cali, junio
de 2009, págs. 249-254.
[1] Durero fue un
pintor y grabador alemán del período renacentista (1471-1528). Se preocupó por
la perspectiva y el cuerpo humano. Botticelli
fue un pintor italiano (1445-1510) especialista en pintar vírgenes
inspiradas en el arte religioso de la Edad media. Una de sus obras que pasó a
la posteridad, fue “El nacimiento de Venus”.
[2] Su nombre fue
Hyeronimus Bosch (1450-1516). Artista flamenco que iluminado en temas
religiosos y populares creó una obra con una gran riqueza imaginativa.
[3] Ver su libro: Genios. Un mosaico de cien mentes creativas
y ejemplares. Bogotá, Editorial Norma, 2002.
[5] La novela
corta se inicia con los relatos breves medievales compilados en El Decamerón de Boccaccio (1348-1353) y
continúan con las Novelas ejemplares
de Cervantes (1613).
[6] Ver artículo:
“Si la novela es corta y es buenas” de Glenda Vergara 10-02-2008 aparecido en www.leergratis.com
[7] Ver: La metamorfosis, El
extranjero, Pedro Páramo, El túnel y El sobrino de Wittgeinstein.
[8] Ver: Los infiernos del jerarca
Brown, Noche de pájaros, El legado de Corín Tellado, Lolita Golondrinas,
Victoria en España, El último diario de Tony Flowrs y El jardín de las Weismann.
Novelas cortas de los
autores colombianos antes mencionados que fueron publicadas en la Colección “50
novelas colombianas y una pintada” por Pijao Editores y Caza de libros, Ibagué,
2008
No hay comentarios:
Publicar un comentario