lunes, 30 de julio de 2012

Conversación trasgresora con Jorge Eliécer Pardo


Por Jacqueline Pachón - Margarita Prada
Usted nació en una población que padeció el azote de la violencia partidista de mitad de siglo, de esos primeros años quedan a veces recuerdos vagos, imágenes evanescentes ... ¿cuáles son las más antiguas en su memoria? ¿Es alguno de esos recuerdos recurrente en su obra?
J.E.P: Sí: un sueño rojo que proviene de una mano gigantesca untada con sangre, sobre mi cara. Mi hermano Carlos Orlando me levantó en sus hombros... queríamos ver por la ventanilla del anfiteatro a los muertos que trajeron en un camión de la policía, envueltos en costales de fique. Al salir de la escuela los niños nos comentaron que habían traído diez y siete y que intentaban coser las cabezas a los cuellos. Queríamos ver cómo lo hacían. Yo tenía miedo pero debía ocultarlo porque se burlarían de mí. Desde los barrotes de madera pude verlos, desnudos, tendidos en el suelo, sus cabezas sobre el mezón de cemento. Uno de los hombres de batola verde, creo que un médico, deslizó su guante en mi cara. Ahora —treinta y cinco años después—, no aguanto las ansias de vomitar. Los otros muchachos se rieron de mí y salieron corriendo. No sé si mi hermano lo recuerda pero no me gusta preguntárselo porque siento que aún soy tan cobarde como esa tarde.
Sí: decían que era un primo valiente, tenía un revólver y hablaba de política con mi padre pero lo veía triste. Una noche durmió en casa, en el barrio Dulima, de El Líbano, donde mi madre tejió una tela de cabuya en una pérgola y rellenó el terciopelo con el cuerpo negro y grande de la araña y la puso en el centro de la sala, con sus ojillos de vidrio; allí, pasando la sala, en nuestro cuarto, durmió mi primo valiente que hablaba de política con mi padre y me permitió martillar su revólver con cacha blanca, sin balas. Quería preguntarle ¿por qué tenía un revólver? pero era absurdo, mi primo para ser valiente debía estar armado. Yo tenía ocho años y él casi veinte. Mi madre me dijo, una tarde mientras planchaba y yo sufría de las malditas fiebres que me hacían delirar, que estaban armados porque estaban matando liberales. Muchos después, cuando supe que mi primo valiente llevaba desperdicios a su marranera de Armero y que su mujer le pegaba, me di cuenta de que mi primo, ahora, era feliz.
Sí: tampoco tuve el valor de ver a mi amigo en el ataúd, a mi compañero de fútbol, el puntero de la selección de tercero, al que no podíamos agarrar por la camisa jugando "salvasiña"... los bandoleros lo envolvieron en alambre de púas ... despedazaron su corazón y su alma de atleta.

En su obra hay elementos recurrentes como la evocación, la soledad, la nostalgia, el amor inalcanzable ... ¿por qué? ¿A qué se debe, llamémoslo así, ese matiz singularizante?
J.E.P: No hay ser humano que no viva dentro de las recurrencias, evocaciones, obsesiones que nos atrapan y que luego, cuando se exorcizan, brotan como mariposas de colores diversos: amor, soledad, nostalgia, muerte. "Matiz singularizante" llena de retazos de mariposas, como mi colección que regalé a mi novia de niñez. Ella se la llevó sin decir nada y seguramente lo puso a volar. Yo no había perdido nada, había ganado el gusto de una sonrisa que se quedó para siempre, recurrente.
Y el amor imposible es como la felicidad imposible. Hay siempre dolor en el amor, sufrimiento, duda, agresión. Los amores equilibrados no son amores sino conveniencias. En las novelas que escribo jamás traiciono para lograr matices, sólo dejo que ellos, mis seres fantasmales, sean como todos, como los humanos que viven dentro de las recurrencias...

En 1972 aparece usted en el mundo literario con un libro de cuentos que hace en coautoría con su hermano Carlos Orlando, llamado Las primeras palabras. ¿Qué sensación le despierta hoy, después de 22 años de ese primer libro?
J.E.P: El librito ha crecido con el tiempo... aún busco su frescura en mi encierro... si tuviera esa fuerza, esa esperanza y amor por la escritura hubieran sido mejores los resultados con mis libros posteriores. Nosotros teníamos utopías y sueños, creíamos en el presente, escribíamos como amábamos, con pasión, irresponsabilidad, sin trascendencia. Jamás supimos que la literatura era una jaula de la que no saldríamos totalmente nunca. Estábamos completos, no había muerto mi padre, ni mi hermano menor, ni mi tía Sofía. Jugaba a las palabras en las ventanas de mis novias y en los papeles de mis cuentos. Enseñaba literatura aprendiéndola y era tan joven como mis alumnos... éramos dueños de un futuro de ficción y lo ignorábamos y, ¡qué importaba! Queríamos ganar como todo triunfador enano y nos disfrazamos para lanzar los cuentos, esas primeras palabras que luego nos juntaron más, nos metieron —a Carlos O. y a mí— en la misma jaula de la vida.
Después de 7 años vendría el libro que le abriría las puertas del reconocimiento en el medio intelectual del país. El Jardín de las Hartmann, publicado por Plaza & Janés. Hoy, después de 15 años de publicado el libro, sigue dando de qué hablar y muchas satisfacciones. ¿En qué lugar de su afecto ubica usted esta novela?
J. E. P: El jardín... sólo por él sigo escribiendo, obstinado, terco y sin remedio posible. He vuelto a leerlo luego de tantos años y me doy cuenta de que mi espíritu de 20 estaba en ebullición. Creía conocer el amor por mi fortuna sentimental pero entendí que nada tenía que ver con el abismo de los afectos porque la soledad hervía en mí como si fuera mujer... sentí como mujer madura, como ellas, a las que desconocía pero que poco a poco intuía. Quizá sea esa la virtud secreta del libro, la soledad, el erotismo y la pasión... el incorregible lirismo que tañe en todos mis libros, por el que muchas veces mis lectores se aburren o se empalagan... antes me preocupaba más, ahora, me atormenta pero no me desvela. Sigo atrapado en el lenguaje simbólico del amor... las malditas obsesiones de mis personajes, que no son más que las mías o las de todos. Mi jardín sigue florecido y creo que merece reeditarse y leerse con ojos de joven, sin prejuicios intelectuales, con el aliento detenido, como el mío cuando lloré al lado de Julián Sorel.
¿Qué fue lo que sucedió a las Hartmann que de repente "cambiaron de apellido" y se convirtieron en Weismann?
J.E.P: Un nuevo bautizo que en nada cambió la historia, amaron y lloraron, las mismas mujeres que venían en el barco, las que dibujaban a sus amores sobre la cal de las paredes. Siempre igual, la otra novela de esa novela ya se conoce y olvida, como una anécdota policiaca que en nada engrandece o disminuye el libro. No hay nada que agregar.
El jardín de las Weismann, empezó siendo un cuento llamado El jardín, y lo mismo sucede con Seis hombres una mujer, su última novela publicada por Grijalbo, que tiene su origen en un cuento titulado Un extraño ingeniero. ¿Es este proceso premeditado o inconsciente?
J.E.P: Mi proceso de creación: una imagen, una línea, un cuento, una novela. Va creciendo como un ser que se atrofia. Hay un aliento interior que se sale de las páginas. No todos los cuentos se vuelven novelas, pero todos los son. Proceso inconsciente como cuando nacemos y crecemos, inevitable, como la muerte. ¿Dónde están las novelas? En una conversación, en una mirada, en la frase de un libro, en una caricia o una canción. Después, todo es disciplina, trabajo y dolor. Todo en función de esa frase, de esa imagen... y la cotidianidad se hipertrofia, Juego de un tiempo: tres, cuatro, cinco años... la imagen golpea, frontal, diurna y nocturna y no tienes más remedio que resistir hasta cuando se publica para el engrandecimiento o el odio de los lectores.
¿Qué sentía y qué siente Jorge E. Pardo al escribir? ¿Qué ha cambiado y qué permanece?
J.E.P: Siento que es una obligación con mi obsesión: un párrafo soñado pero jamás escrito. Esa pequeña hilera de letras y palabras que llegan al blanco perfecto. Me río con dolor y camino por las calles con la página en busca de ese lector anónimo que nunca aparece porque a nadie le importa, como el criminal que busca a su víctima sin lograrlo y regresa a dar mejor forma a su plan. Siempre fue y será así, porque a la colcha de retazos aún le quedan remiendos. Cargo mis papales y espero el momento apropiado, como el hallazgo de una mujer que luego nos abandona sin razón.
Cuando va a escribir un libro ¿Se plantea el problema de la técnica? ¿Le preocupa el lenguaje en la construcción de una novela?
J.E.P: Los libros tienen sus voces interiores que dictan, desde el fondo del eco, la historia. No todas las voces tienen la verdad, por eso la traición. Uno escoge la mejor melodía así sean cantos de sirenas. Hay que tener oído para escuchar los engendros que uno insemina; las técnicas vendrán como si invocáramos fantasmas y se apropiaran de cuerpos inexistentes. Entonces es imposible cercenar lo intangible... pero he visto reír y llorar a lectores de literatura, entonces sé, que esos seres evocados van formando parte de quienes los sacan de las palabras para amarlos u odiarlos.
Entre calles y aromas es, hasta el momento, su primer y único libro de poemas. ¿Cómo fue esa experiencia directa con la poesía?
J.E.P: Los poemas que forman ese libro no son más que cuentos en verso, porque no soy poeta en el verdadero sentido de la responsabilidad. Ser lírico no significa ser poeta... el lenguaje simbólico es mi mejor aliado.
Varios críticos y autores en general, conocedores de su obra, coinciden en afirmar que posee un gran tono poético. ¿Cuál es su propio concepto al respecto?
J.E.P: Creo en ese lector que busca en un libro la riqueza del lenguaje simbólico, que no espera que la vida narrada sea tan repetida como la suya sino que, por lo menos, encuentre alternativas de existencia. Sólo el lenguaje poético logra que la imagen recree la reflexión, al contrario del lenguaje científico que retrata la realidad escuetamente. El lenguaje poético es el lenguaje secreto, la voz interior que todos llevamos y que identifica un buen texto. Todos somos poetas, el escritor y el lector, el personaje, la palabra, la subyacencia del texto.
Usted ya es un escritor conocido nacional e internacionalmente, las traducciones a otros idiomas, las investigaciones en las universidades de Estados Unidos y Europa así lo comprueban. En este sentido ¿cómo cree que el éxito ha influido en Jorge Eliécer Pardo?
J.E.P: He crecido en un ámbito de triunfalismos y la vanidad es uno de mis defectos que más disfruto. No hay éxito literario, sólo una pequeña aceptación que hace silenciar a mis colegas, pero luego, cuando el texto aparece y es bien recibido por dos o tres personas y me convierto en el best seller de mi soledad, entonces “el éxito” me hace brindar y me doy cuenta que mi trabajo no ha sido totalmente inútil.
Y sobre sus lecturas iniciales ¿cuáles eran sus preferidos?
J.E.P: Aprendí a leer siendo adolescente y el fútbol y las novias competían con Proust, Flaubert, Standhal, Dostoiewski, Kafka y Camus, Después los novelistas latinoamericanos, mi inmediata semejanza, mi vocación, mi mundo señalado; luego Whitman, Durrell, Mann, Musil, Michima y, otra vez, Cortázar, Onetti y Sábato.
En una entrevista hecha por los periodistas Ignacio Ramírez y Olga Cristina Turriago, usted habla de su deslumbramiento ante los fenómenos musicales de los 60´ con Los Beatles, Elvis Presley, Paul Anka, Serrat y todos los protagonistas de la nueva ola. ¿De qué manera han influído sus preferencias?
J.E.P: Quise escribir y cantar baladas. Quise llamarme Boby Darín y tocar guitarra y subirme en un escenario. Encontré en Presley, Paul Anka, Jerry Lee Lewis, Lennon, mi obsesión cumplida y por eso oigo su música y no puedo evitar que se meta en mis páginas, además, son una y mil voces secretas que tienen las novelas porque no existe ambiente donde la música, la comida y el sexo no estén presentes.
Rilke y Whitman, más el segundo que el primero son presencias constantes en su obra? ¿Porqué esa intertextualidad?¿Es caprichosa o tiene un objetivo definido?
J.E.P: Hay poetas que duermen con uno y que forman parte de uno; emergen en ese acto inconsciente de la creación literaria. Después, en la depuración, ellos se imponen, y quedan con los cómplices, con los personajes que también duermen con ellos.
En la entrevista de Ramírez y Turriago, los periodistas hablan de Irene, Ruth y Maritza, refiriéndose a las protagonistas de Irene, Seis hombres una mujer, Maritza,respectivamente (última novela del escritor, aún sin publicar) y afirman que allí el autor desborda su afán por identificar la presencia de la mujer como fundamento de la vida, alrededor de la cotidianidad. ¿Qué piensa de esa afirmación?
J.E.P: Creo en la convivencia, jamás podría soportar la vida solo, aunque la soledad es mi preferida. Aún no comprendo por qué mis mujeres-personajes siempre imponen su voluntad, abandonan para hallar su libertad, su independencia. Hay en mi una profunda admiración por la mujer que lucha, por su autonomía en la casa, en el trabajo, en el pensamiento, aunque muchas veces resulta doloroso. Aunque soy de la generación de los 60's, mi machismo no he podido erradicarlo totalmente de mi mundo. Voy por la vida tratando de entender a mis mujeres personajes, a mis personajes-mujeres, a mi parte femenina. Sin duda ellas siempre estarán ahí, como guardias de todo, madres, amantes, compañeras, cotidianas, impredecibles, imprevisibles, imposibles, inevitables.
¿Cree usted que existe una literatura femenina?
J.E.P: La literatura es hermafrodita.
¿Qué opinión tiene de mujeres como Simone de Beauvoir, Virginia Woolf, Helene Cixous, Clarice Lispectore, Helena Araújo y Alba Lucía Angel? ¿Cree que desde sus propios discursos han logrado, en parte, construir una identidad de mujer?
J.E.P: Me gusta más la identidad de Madame Bovary, Emely, Justine, Odette, Carlota, Medea, La Maga, María Iribarne…
Coincide el concepto que usted tiene de mujer con el que desarrolla en sus obras?
J.E.P: Hubiera querido que mis mujeres-personajes tuvieran otro destino, pero fue imposible, ellas se fueron: Irene, Ruth… Mi concepto sobre la mujer lo tienen ellas… Siempre las contradigo pero terminan imponiéndose.
En nuestro trabajo de investigación, nos proponemos demostrar que “sus” mujeres, tanto en las Weismann como en Irene, son seres ajenos al yugo de una cultura logocéntrica, propiamente dicha. Son mujeres, las protagonistas, con vida propia, dueñas de un discurso propio. ¿Cree que, por lo menos con su literatura la mujer ha ganado un espacio dentro de esta sociedad eminentemente falocrática?
J.E.P: Jamás me he propuesto un discurso teórico sobre la liberación femenina y todo ese cuento medio ridículo. La historia de mi generación se impone porque me correspondió ese tiempo y, ahí, está la mujer con su lucha junto al hombre, con sus logros, su vagina y su pene, su sociedad, sus sueños, su independencia. La literatura, los libros, no hacen que las mujeres y los hombres ganen espacios en la sociedad, al contrario, los conflictúa y les hacen ver que existen otros que se despiertan con un poema, con un personaje de novela, como el erotismo, la solidaridad... lo que la sociedad les cercena; la literatura también abre espacios-túneles que llegan a atraer tanto como un hueco negro que conduce siempre al centro: a la muerte.
Usted afirma en la entrevista mencionada que el cuento «Una rosa para Emely» de Faulkner "me envolvió para siempre y condujo mi literatura hacia los personajes femeninos", ¿qué es exactamente lo que quiso decir con esto?
J.E.P: Varias imágenes: una habitación, una mujer reprimida, un hombre vigoroso, un acto sensual y después, la idea del abandono que sólo puede detenerse con la muerte. Aquella analogía entre el recuerdo triste y un cadáver siempre amado me marcó hasta hoy.
Y para terminar ¿con cuál de sus personajes se siente comprometido afectivamente?
J.E.P: Con ese muchacho que tenía canas en el pubis, que le mataron el amor, lo obligaron a ser asesino y luego lo llevaron como un péndulo diminuto, colgado de un helicóptero para que todo un pueblo lo mirara, en medio de la plaza pública.
Santafé de Bogotá, julio 23 de 1994
(La presente conversación forma parte de la investigación: Mujeres transgresoras en las novelas El Jardín de las Weismann e Irene, de Jorge Eliécer Pardo).
Biografía de Jorge Eliécer Pardo 

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