lunes, 30 de julio de 2012

Eugenia Muñoz: El jardín de las Weismann: rebelión paródica del jardín bíblico


Virginia Commonwealth University

Eugenia Muñoz
«Nadie se atrevió a preguntar de dónde eran y a qué venían... Compraron una casa alejada del parque y de la iglesia, con antejardín encerrado en ladrillos de huecos uniformes y con sus manos suaves metidas en guantes plásticos plantaron semillas de todos los tamaños y nombres, removiendo la tierra en el patio amplio de la casa de los pinos. Las dalias, los claveles, las azucenas, los crisantemos y las rosas, crecieron como el orgullo de las Weismann desde el momento que pusieron sus tacones cuadrados y sus ojos azules en el lugar jamás imaginado en sus sueños de adolescencia.»1

En efecto, un lugar jamás imaginado ni aceptado por el pueblo creyente de la tradición bíblica, ni por el entorno moral de la violencia que sacude los ámbitos de la acción novelesca, es lo que Jorge Eliécer Pardo crea en su novela temprana El jardín de las Weismann (1979) que muestra los ímpetus de la creación de un mundo de ardor y de ternura, en oposición franca no sólo contra la realidad aplastante de la violencia desencadenada después del 48 colombiano, sino también como producto de las ideologías colombianas de los años 70s ; es la oposición y rebelión osada contra los cánones de la tradición religiosa represora de la libertad sexual individual y de la negación del cuerpo como fuente del placer.

En El jardín de las Weismann, al igual que en Irene y en Seis hombres, una mujerdel mismo Jorge Eliécer Pardo, en su mundo novelesco hay, entre otros, dos ingredientes principales: el primero es el tratamiento del placer como expresión de liberación individual, pero sin separarlo de los sentimientos de la ternura y la nostalgia de lo perdido y/o de la soledad de los sueños no vividos. En el segundo, la mujer ocupa, en sus tres novelas, un papel protagónico. La particularidad de ese protagonismo femenino está en que la visión autorial masculina presenta la imagen de la mujer no en forma binaria, sino complementaria, en el sentido de que el personaje hombre del mundo novelesco pardiano no aparece distante u opuesto a la mujer. Antes bien, ella constituye su búsqueda, su anhelo y refugio y hasta su fortaleza para los azares de una realidad exterior hostil e incontrolable.

En El jardín , las mujeres que desempeñan el papel protagónico, son dos generaciones de extranjeras: las señoritas Weismann. Ellas que parecen una misma imagen mítica, bien podrían representar una inversión paródica de la historia bíblica del edén o paraíso terrenal. Ellas como sujetos de sus actuaciones son independientes del resto del pueblo y de los cánones religiosos, en cuanto a la primera persuasión. Y en cuanto a la segunda, principalmente Gloria es la que ejecuta la oposición a la tradición bíblica y a la violencia satánica y de la muerte, encarnadas en el sargento Peñaranda. Y por sobre todo, las Weismann son las trasgresoras del orden religioso tradicional con la creación de su propio jardín, cuyo centro es la casa rodeada de pinos y donde las leyes son la del amor, la del placer tanto sensual como sexual y de la ternura, para el hombre que necesite todo aquello.


ANALOGIAS PARODICAS
Existen analogías paródicas invertidas en la novela El jardín de las Weismann frente al texto bíblico, en cuanto a la creación de un jardín paradisíaco, al ejercicio del placer erótico prohibido, y al castigo o derrota mediante el destierro y la muerte.

Las primeras Weismann (dos parejas gemelas, Yolanda y Gloria; Mercedes y Clara), llegan al pueblo desterradas de su paraíso de felicidad familiar original, huyendo de la violencia, la crueldad y la muerte que los nazis infringieron a sus padres en Alemania. En ellas está fijo el recuerdo de su paraíso perdido y el deseo de regresar algún día, para poder continuarlo con su descendencia. Cuando las Weismann se transforman en mujeres dirigidas por la mayor de ellas Yolanda, quien como originadora del espacio de la casa y del jardín, llega el momento de abandonar la virginidad y concebir la descendencia con los hombres que ellas escojan como los más indicados. «Quisieron todas que el padre inicial fuera un hombre corpulento que llegaba del Asia lejana con el corazón ablandado de miseria. Clara, la menor, lo recibió sabiendo que sería su primer hombre». (El jardín, pág. 59). Y en medio del olor de las flores del jardín, que constituye un leit motiv a manera de afrodisíaco para el amor, Clara condujo a su hombre hasta el salón que prepararon «desde el comienzo de la decisión» y allí «el olor a flores acabó de trastornar al asiático; le comentaron la historia de Alemania, la vida revolcada en la nieve, el paredón untado de sangre, y terminó llorando con ellas, desnudo, sobre una cama formada con pétalos frescos.» (El jardín pág. 60). En el ejercicio de su libertad individual y sexual, las primeras Weismann hacen de su espacio propio, un lugar donde «querían acabar con la vida, querian llorar, abrir los brazos y dar el mundo.» (El jardín, pág. 69). Ante el escándalo que para los vecinos del pueblo representaba el darse cuenta de que las Weismann atendían hombres los sábados y los domingos, los habitantes deciden acudir a la autoridad eclesiástica para que atestigüe las trasgresiones a la moral religiosa. Pero cuando el ministro de dios, va a la casa del «amor y la ternura» como la llaman las mismas Weismann, irónicamente sucede la trasgresión paródica más osada para los textos bíblicos y los mandatos de la iglesia católica: Yolanda Weismann, decide que ese ministro es el mas apropiado para tener su descendencia, y se le antoja que será como Jesucristo, hijo de Dios. Yolanda se le presenta al sacerdote como si fuera otra Virgen María, a quien Jesucristo, hijo de Dios, ha iluminado con su presencia: «Yo estaba en mi cama, sola, cuando sentí que el cuerpo se me agrandaba, es para que descifre la situación, padre, vi una luz que penetraba por debajo de la puerta, ¿quiere usted ver cuál es esa puerta? camine por aquí padre». (El jardín, pág. 70). El sacerdote al pasar por la puerta penetra en el inevitable recinto de la seducción de las flores y de la mujer voluptuosa, que una vez que lo ha seducido, (como Eva a Adán según la versión bíblica), «lo besó como había besado a Jesucristo en su habitación y le pidió que dijera lo que por Dios tenían las mujeres que daban ternura y amor». (El jardín, pág. 71). Por consiguiente, le desviación paródica del comportamiento de las Weismann, se observa en que para ellas es lícito prodigar el amor y la ternura a los hombres porque es un don que Dios les ha concedido. Por el contrario, lo que hacen es enorgullecerse y celebrar la acción transgresora de Yolanda porque así se emparentarían con lo divino, a través de la concepción. Y «entonando un rosario adoraron al santocristo que el cura había dejado entre las cobijas blancas.» (El jardín, pág. 71). Una vez que las Weismann van teniendo su descendencia que resultó en tres parejas de mellizas por parte de Gloria, Mercedes y Clara, llamadas Yolanda y Gloria, Sofía y Ángela, Mercedes y María Victoria y en una única descendiente por parte de Yolanda, que se llamó Clara; envían a su progenie a un convento de monjas, dónde, paradójicamente, las instruyen en las prácticas rituales de la misa, el rosario y las conductas del código religioso, mientras sus madres consiguen ganarse el sustento y manutención de sus hijas, con el producto económico que les deja su casa «del amor y la ternura». El hecho de que la segunda generación de las Weismann se educó en el convento es causa de represiones sexuales, especialmente para Yolanda, que luego ha de ocupar el sitio de directora de las actuaciones de sus otras hermanas, al igual que la primera Yolanda. Sin embargo, de esta segunda generación se desprende con más amplitud la estructura paródica novelesca que reensambla los hechos del paraíso perdido. El caso es que llega un día en que las Weissmann jóvenes deciden abandonar el convento y trasladarse al jardín de su propiedad para entrar más en contacto con la realidad del mundo exterior, porque Yolanda madre «rogó que ninguna se quedara entre esas paredes de miedo y masturbación». Frente al mundo exterior, Yolanda asume una actitud distante, especialmente en lo que al amor se refiere y esa misma actitud es la que exige de sus hermanas. A pesar del amor y el desespero de muchos hombres por conquistarlas en especial, el alcalde Antonio quien se encuentra enamorado sin esperanza de Yolanda: «¿Oyó usted la música de anoche? Buenas tardes respondió Yolanda Weismann dando un golpe suave a la puerta. El caminó repitiendo lo mismo: ¿oyó usted anoche la serenata que le hice tocar? lo dijo, lo repitió, lo volvió a decir, hasta cuando ni siquiera él mismo pudo escucharse.» (El jardín, pág. 16).

La indiferencia o más bien, represión para sentir el amor y dejar fluir el erotismo que Yolanda impone sobre su cuerpo y los deseos de su corazón, tienen un contrapunto en Gloria su hermana gemela. Gloria cuyo nombre coincidencialmente tiene significación bíblica, es la única de todas las Weismann que logra vivir el amor total de la pasión erótica del cuerpo y los sentimientos de la ternura del corazón, que se vierten en un lenguaje poético lírico opuesto a las palabras que nombran la violencia, la destrucción y la muerte que se apodera del pueblo, a causa de las fuerzas del mal desencadenadas a instancias del poder que ejerce el sargento Peñaranda. En efecto, Gloria está por encima de las represiones religiosas al escuchar sólo las voces con que su naturaleza le habla, libre de las imposiciones y prohibiciones para escuchar, sentir, soñar, imaginar y crear un mundo de placer y de amor para su cuerpo del hombre. Gloria suplanta a Dios al crear su propio mundo de placer paradisíaco pletórico de los aromas y el ensueño que le producen los pétalos de las flores del jardín, que con tanto esmero cultiva. En el edén de Gloria, a la inversa del bíblico, tampoco hay asomo de vergüenza por los cuerpos desnudos, al contrario, la desnudez constituye la máxima expresión de vida natural; consciente de la búsqueda de la satisfacción del placer que tal cuerpo femenino solicita. Su imaginación crea y dibuja incesantemente el cuerpo del hombre: «Corrió hasta su cuarto dando un golpe a la puerta cerrada con doble pasador y fue el primer momento cuando empezó a inventarlo con los dedos sobre la cal de la pared. Lo dibujaba caminando por encima de las flores, lo delineaba besando sus labios y terminaba en la cama suponiendo su cuerpo desnudo.» (El jardín, pág. 14). Se observa entonces, cómo Gloria se atreve a darle forma a sus deseos y sueños, de un compañero hombre, con imágenes pictóricas y a infundirle el aliento de la vida mediante su propio cuerpo ardoroso de pasión y de ternura. De esta forma, ella reemplaza a Dios en la creación del compañero para vivir feliz en su jardín y escapar a la soledad. Al igual que Dios creó a la mujer, para que el hombre no estuviera sólo en medio del paraíso terrenal. Inicialmente, el deseo de Gloria está materializado en el cuerpo del alcalde Antonio, pero con él sólo avanza hasta la creación de las sensaciones que le produce la imaginación de tenerlo junto a ella, aboliendo el llanto que le produce la soledad de mujer que la rodea en su jardín: «Detuvo la herramienta con la que removía la tierra del jardín, miró para el cielo despejado y pidiendo disculpas se retiró. Marchó para su habitación, junto al patio, pero no lloró como siempre se esperaba; se quedó mirando la pared, adivinó los dibujos que marcaban los pensamientos sobre la blancura, lo vio como la primera vez, sintió entre las manos el calor de sus dedos llenos de vellos largos, brillantes y se quedó dormida en la fascinación de tenerlo cerca.» (El jardín, pág. 15). En la descripción anterior sobre las actuaciones de Gloria se puede observar por una parte, cuando «pide disculpas al cielo», que ella es consciente de su trasgresión de los mandatos sobre la negación del placer, pero al mismo tiempo sabe que la única vía que tiene para escapar al destino del llanto de la soledad y la frustración es acercar el objeto de su deseo de la manera que esté a su alcance. Por otra parte, se puede ver la diferencia de concepciones sobre el amor sexual humano, que presenta la tradición bíblica y la que presenta esta novela de Jorge Eliécer Pardo a lo largo de la historia de Gloria Weismann, principalmente. Los sicoanalistas Willard Gaylin y Ethel Person, en su libro Unines apasionadas, reflexión sobre el amor (2), especifican algunas de las diferentes posiciones frente al amor y al sexo. Entre ellas, la visión religiosa que plantea el amor sexual en términos dualistas o maniqueistas en los cuales la carne, o el cuerpo y sus sensaciones están asociadas con lo satánico, confuso y oscuro, en perenne guerra contra lo divino, a su vez, asociado únicamente con lo espiritual, la luz y la claridad. Otra visión, es la del amor sexual considerado como místico, en el cual dos seres tienen un encuentro único y exclusivo de carácter sagrado en el cual sus participantes alcanzan un poder interior y vital. Un ejemplo de concepción de este tipo de amor sexual místico citado por los sicoanalistas, es el de D. H. Lawrence, con su Lady Chatterlay, y la elección que ella hace entre los poderes materiales de su esposo y el poder sexual de engrandecimiento y salvación personal que se le presentaba con el hombre campesino.

En cuanto a la historia amorosa de Gloria Weismann por un lado, la visión dualista bíblica calificaría como demoníaca, pero por el contrario, según la visión al estilo de D. H. Lawrence, lo que Gloria logra finalmente vivir con su insistencia en la imaginación y creación de su mundo de sensaciones y entregas amorosas es su verdadero encuentro con el cuerpo y la fuerza interior o espiritualidad de un hombre, que desde niño la amaba. Se trata de Ramón Rodríguez, el único ser masculino que tuvo acceso al interior del mundo de las señoritas Weismann, y al que también como al Adán del jardín terrenal bíblico, ellas le encargaron cuidar las flores de su jardín.

Cuando se ha iniciado la violencia con sus persecuciones de muerte y torturas una de las primeras víctima es el alcalde Antonio, y gran parte de los hombres del pueblo se ven obligados a salir desterrados de su espacio para refugiarse y organizarse en la autodefensa, entre ellos Ramón Rodríguez, convertido en un hombre aguerrido y lleno de indignación; así empieza la historia de los amores de Ramón con su Eva, la señorita Gloria, como el la llama desde niño. Precisamente el comienzo de los amores de pasión y ternura poética entre Gloria y Ramoncito, como ella lo llama por ser mayor que él (una trasgresión más), se da en circunstancias con detalles significativos: primero, es el día en que muere Lucy, la madre de Ramoncito, y él escapa del espacio infernal donde el sargento Peñaranda lo busca para matarlo. Entonces Ramoncito penetra en el jardín de las Weismann y encuentra a Gloria entre las flores, llorando la soledad del hombre (Antonio, el alcalde) con quien no podría soñar más porque está muerto. Vale observar que tanto Ramoncito como Gloria, acaban de perder a dos seres que representaban sus esperanzas y estabilidad, pero esas ausencias y la circunstancia de la amenaza de muerte a Ramoncito hacen que los dos se acerquen y empiecen a vivir su encuentro de placer y ternura, en el recinto cerrado, íntimo, lleno de sueños, de fantasías y poesía que Gloria Weismann ha creado en sus días y noches de soledad y espera: «Amor mío, no te vayas nunca de mi lado, de mis noches, de mis flores, Ramoncito mío, no te dejaré ir nunca, repetía en el dolor inicial, abrazándolo integralmente.» (El jardín, pág. 35). En este encuentro Gloria Weismann, como Eva con Adán, conduce a Ramoncito hacia el lugar y el descubrimiento del placer mutuo. Tan sólo que Eva y Adán se avergonzaron de la pérdida de su inocencia, mientras que para Gloria Weismann y Ramón Rodríguez, la pérdida de sus virgididades fue el comienzo de su glorioso paraíso de refugio y escape del infierno exterior, así como la realización de sus sueños de adolescentes, con la conciencia de la madurez: «El ruido de muerte de la volqueta del municipio con sus cargamentos hacia el río, las palabras de los militares que sobrecogían y hacían llorar las flores fue el arrullo de Ramoncito y Gloria Weismann.» (El jardín, pág. 34). Esa dualidad de la dicha vital y de la muerte amenazante, recuerda aún más las circunstancias de la historia de Adán y Eva, por cuanto, también ellos recibieron la amenaza de la muerte, si se atrevían a probar el fruto prohibido. Pero en el caso del «dios» creador de Ramoncito y Gloria, éste les ayuda a vivir sus sueños hasta donde es posible evadir la realidad, el poder satánico opositor de la felicidad del amor y del placer. Así que los encuentros entre Gloria y su hombre amado, estarán marcados por la espera ansiosa y las huidas, silencios y gloriosas apariciones de Ramón, quien tiene que enfrentar y evadir la muerte una y otra vez: «El se vistió sin empezar a amanecer. Gloria Weismann se quedó desnuda, con las manos en lo alto, en medio del jardín cuando él atravesó el patio en una sola carrera.» (El jardín, pág. 35). Por lo que se puede ver, aquí el destierro del paraíso sólo le toca al hombre. La mujer puede permanecer en él porque es su creadora. Sin embargo, la felicidad del placer es nostalgia y recuerdo para Gloria, hasta que Ramón pueda regresar su paraíso femenino. Esa espera angustiosa de Gloria así como la amenaza de la muerte siempre detrás de Ramoncito, hacen que ella sienta unas veces deseos de salvarlo, denunciándolo a Peñaranda para que lo encarcele, y conserve vida. Pero luego Gloria comprende que para ella «él es más importante desnudo que encarcelado». Entonces, intenta otra salida para su batalla contra la muerte y destierro de su placer; pretende buscar la muerte para ambos y así evitar que los enemigos de su felicidad sean los que le den muerte a Ramón. De esta manera, actuando como dueña de su vida y de su muerte, podrá imponerse sobre la oscuridad y la violencia, constituyéndose en poseedora absoluta de su felicidad con Ramón: «No te irás Ramón Rodríguez, nos quedaremos en nuestro sitio de caricias para siempre, porque eres y serás para mí, no tendrás el cuerpo lleno de pólvora, ni las orejas cortadas, ni los dedos en los juzgados…/ tendrás la muerte, pero será como lo quise desde antes de tu primera visita.» (El jardín, pág. 105). El libre albedrío que Gloria presenta al querer decidir sobre la vida y la muerte a instancias del amor, la lleva a pensar en su propia muerte, para escapar de una vez por todas a las persecuciones y zozobras y dejar su jardín terrenal, no hacia el destierro y la muerte oscura, sino había la luz de la eternización cósmica de su amor como símbolo de todos los otros mártires de la violencia sin razón: «Te quitaré el olor a rosas y cogerás a tierra que nos llevaremos en la bendición del amor, tu sangre con mi sangre, como sudor pegajoso se unirá al tiempo y a las vidas de quienes se fueron sin querer y los que perdieron el respirar se hallarán en el espacio de la felicidad…/ Sí, mi Ramoncito, ya no habrá miedos ni carreras, porque seremos los dos en todo.» (El jardín, pág. 105).

Pero la realidad de la lucha de Ramón Rodríguez en el espacio de la muerte, no permite otra ley que «la muerte por la vida, señorita Weismann, si uno no mata, uno es el muerto… uno es el perseguido…» (El jardín, pág. 113), enuncia el mismo Ramón. Aunque Ramón tiene la oportunidad de salvarse huyendo lejos, él sabe que para eso sería otra forma de estar muerto y para su código de dignidad «la bala se responde con la bala, eso sí, no me dejo coger vivo por ninguna plata del mundo.» (El jardín, pág. 114). Por lo tanto, Gloria como creadora de la vida de felicidad con el amor del hombre, tiene que enfrentar el poder destructor en una última batalla, que no permitió el triunfo. La traición de alguien innombrado, transformando trágicamente el jardín de Gloria en el mismo jardín bíblico de dolor y separación del poder divino creador, una vez se produjo la caída a instancias del mal satánico: «De pronto sentía su olor y sus palabras pegadas contra la cal de las paredes, contra su piel desnuda. ¿Eres tú, Ramoncito? El avanzaba por la alcoba. Estoy sola vida mía, decía.» (El jardín, pág. 125).

Finalmente, es el ser colectivo del pueblo el que se una a la voz de Gloria que una y otra vez declara tiernamente: «Los hombres guapos como tú no tienen derecho a morir.» (El jardín, pág. 125). Cuando en las últimas líneas de la novela, se percibe la voz autorial creadora de todo ese mundo paródico donde los sueños de felicidad o pueden vivirse de modo diferente a como es la vida después del paraíso bíblico perdido: «Un ruido de helicóptero igual al de la muerte se llevó los ojos abiertos de Ramón Rodríguez, y todos lo miraron desde las casas, con las lágrimas calladas y con el pecho palpitante.» (El jardín, pág. 125). Si bien es cierto, que la muerte vence la felicidad del jardín de las Weismann donde Gloria pudo vivir entre las dalias, los crisantemos y las rosas, sus sueños de adolescente y deseos de mujer, es significativo, que la última visión de su compañero hombre, sea la de un cuerpo que asciende por los aires y que no ha cerrado los ojos. ¿Divinización y/o mitificación? En todo caso, eterización.

Virginia, mayo de 1994
...............
Notas

1 Jorge Eliécer Pardo, (1982). El jardín de las Weismann (Ibagué: ediciones Pijao), p.10. Todas las citas serán tomadas de la presente edición y se representará así: (El jardín, pág…).2 Willard Gaylin y Ethel Person, (1988). Passionate Attachments. Thinking about Love. (London: Collier Macmillan Publishers), pp. 29-31.Obras consultadasGaylid Willard, Person Ethel, Passionate Attachments. Thinking about love. London: Collier Macmillan Publishers, 1988.Genette, Gerard, Palimpsestos. La literatura en segundo grado. trad. Celia Fernández Prieto. Madrid: ediciones Tauro, 1962.Pardo Jorge Eliécer El jardín de las Weismann. Ibagué: Pijao editores, 1982.Russell, M. Lotty. Edi Feminist Interpretation of the Bible. Philadelphia: The Westminster Press, 1985.The New American Bible. Edi. Stephen J. Hertdegen, Australia: World Catholic Church, 1970.


No hay comentarios:

Publicar un comentario