lunes, 30 de julio de 2012

María Victoria Reyzábal La ternura como venganza contra la venganza



La ternura como venganza contra la violencia*

María Victoria Reyzábal

Novela-testimonio no realista, en contra de la guerra y la violencia de los de arriba. Muestra la secuela de lo ocurrido en Alemania (tal vez, lo peor fue lo que los alemanes fascistas hicieron al propio pueblo alemán) en una familia representada arquetípicamente por las hermanas Weismann. La historia es cíclica, o mejor dicho, la guerra es la misma, aunque con otras realizaciones materiales (circunstancias), en el país (Colombia o cualquiera con cafetales y selvas de América del Sur) en que recalan las gemelas para perdurar, para cumplir su destino de amor y venganza. Allí, la militarización de una nación, aquí un golpe de estado efectuado por los militares. El héroe popular, Ramón Rodríguez, y el mismo pueblo, son traicionados por los partidos que ansían el poder.

Pero la realidad textual no puede confrontarse unívocamente (ni debe) con la realidad objetiva; no sólo porque la cronología ha sido alterada, y los acontecimientos se ordenan con una lógica que no es la del pasado-presente-futuro, (estructura desestructurante que sin embargo no destruye la novela), sino porque se conforma un mundo mágico del que un narrador impersonal da una visión que por momentos se aproxima al caos, o se recompone para que los personajes actúen y digan. En rigor, si los hechos de los opresores tienen características demenciales y los de los oprimidos parecen dirigidos contra sí mismos, dado que, todo lo cotidiano se altera, entonces, el narrador suspende las leyes del pensamiento coherente para mejor transmitir la destrucción y el aniquilamiento del ser humano.

Hay un conjunto de referencias que pautan un anclaje histórico para la narración: la Alemania nazi; París de noche; la España franquista: el beso del vasco; el profesor universitario, poeta exiliado que recitaba versos de García Lorca y Miguel Hernández, el país que está al otro lado del mar.

A través de las Weismann y localizados espacialmente en su casa (Ternura, Comprensión, Cariño, Precios módicos), se desenvuelven los acontecimientos. Las confusiones premeditadas (o mejor dicho, las fusiones) son múltiples. Una suerte de ideación al estilo de uno, ninguno y cien mil pirandelliano, con resonancia de Carroll, rige la construcción de estos personajes femeninos. Así, por ejemplo, la familia Weismann tiene cuatro hijas: "Eran dos parejas de gemelas separadas por un año…, Yolanda y Gloria; Mercedes y Clara. Tienen trece años al salir de Alemania, celebran el quince aniversario de las mayores con la inauguración de la "Casa". Las descendientes son: Gloria y Yolanda de Clara; Clara de Yolanda; Ángela y Mercedes, María Victoria y Sofía, par de gemelas no discriminadas en cuanto a la maternidad de Gloria y Mercedes. Pero, aún el caso del parentesco que en un momento se anuncia claramente, (Clara madre de las gemelas mayores) se vuelve confuso: cuando las madres visitan a las niñas en el convento: "La pequeña Yolanda se presentó y levantando la mano de Gloria, dijo, esta es mi hermana Gloria, su hija. tía Gloria".

Las niñas se escapan del convento en que se educan, y van a la "Casa" de sus madres, allí… por primera vez, las siete, al mismo tiempo, olieron a mujer entre las enaguas, en un orín tibio que les bajó por las piernas terminando en el deseo de verlos a todos mendigando amor y ellas despreciando el oficio de la ternura, que consideraron bello pero no para ellas que se conservarían para otros hombres, en otro sitio en donde pudieran hacer su propia vida sin recordar el pasado. De este pasaje se puede interpretar que nunca participaron de la vida y oficio de sus mayores; sin embargo, cuando a las habitantes de la "Casa" se les solicita dinero para la resistencia, son siete mujeres las que discuten el envío, con el agravante de que en Gloria renace la esperanza de ver a Ramón (amante de la Gloria de la primera generación) y Yolanda recuerda lo ocurrido en Alemania. Clara, la menor, es la portadora de las flores y el dinero y se queda con los combatientes. La cita con los Emisarios del Aprecio (guerrilleros agradecidos por las contribuciones), se plantea como "Siete puertas para siete hombres de la resistencia". Obviamente no se puede tratar de las cuatro mujeres emigradas de Europa; en la noche de la espera de los Emisarios, se mencionan los nombres de las hijas, sin embargo, Clara está en el monte y Yolanda lo recuerda al parecer con cierta envidia, con todo habrá una mujer para cada hombre. Cuando las niñas aparecen en la "Casa", sus madres se mueren "de nada", de tal modo que ambas generaciones no conviven nunca en el mismo lugar. Por otra parte, con la muerte de las progenitoras, las hijas desaparecen y la casa es quemada.

En síntesis se puede plantear que al referirse a solo dos generaciones de la familia Weismann, es responsabilidad interpretativa del lector. Luego, al parecer, las hijas asumen los roles de sus antecesores; existe una especie de memoria generacional y una consubstanciación de la personalidad que se transmite con el nombre: una Gloria sobrina, o simplemente descendiente, actualiza a la Gloria tía, o simplemente antepasado. Pero además, los acontecimientos no ocurren de un único modo. Las generaciones de las Weismann confieren temporalidad (al mismo tiempo que la anulan), duración, (continuidad, expansión, a la conciencia de que es necesario resistir y oponerse a la violencia. Por el contrario sólo hay un Peñaranda y un Ramón en la medida en que son suficientes para personalizar las respectivas ideologías.

La búsqueda de coherencia (cada una de las contradicciones anteriores, y aún otras que se detectan en el texto, pueden recibir una adecuada justicia racional) aclara lo anecdótico, ya que el mensaje se hace patente aún en una primera lectura: el antagonismo entre amor/vida y violencia/muerte/venganza; la irreconciliable oposición entre los de arriba y los de abajo. Las Weismann que pertenecen a la burguesía, (el oficio del amor se presenta como un comercio para la acumulación de capital hereditario) se alían con los revolucionarios y no los traicionan: su conducta no es comprendida por las familias tradicionalmente constituidas. aunque la iglesia (representada por el cura, padre de Clara y las monjas del convento) en una postura moderadamente ambigua no las juzga, o por lo menos las deja hacer.

Ellas, que no creen en los hombres hacedores de la guerra. los usan, y su revolución feminista consiste fundamentalmente como modernas amazonas, en engendrar sólo mujeres.

Ahora bien, de entre todos los personajes femeninos destacan nítidamente dos personalidades: Yolanda, hermana-madre por decisión personal es la que marca, o al menos lo pretende, el destino de todas; introvertida, severa, decidida, práctica, es el núcleo que (por rechazo o atracción) mantiene unida a la familia: "nosotras no vinimos a conseguir hombres, vinimos a hacer nuestra propia vida y a recordar a nuestra propia familia. Siempre que Yolanda hablaba, el silencio parecía cubrir todo el ámbito". Es la que se siente satisfecha en ser mujer con las realizaciones de su gemela. Esta, por el contrario, es extravertida, enamoradiza, imaginativa: "Observó a Gloria Weismann, su hermana gemela, reunió sus veinticinco años de vida y comprendiendo la ansiedad de sus ojos, entendió que se había enamorado del alcalde en las pocas palabras escuchadas a través de las cortinas. Meditó que no era la primera vez, que siempre en sus cincuenta años sumados se había enamorado de los hombres que alguna nombraba en lo cotidiano de la vida". Yolanda despierta el amor del alcalde, y de Ramón, pero Gloria lo desea y ejecuta. Ambas en sus fabulaciones oníricas-poéticas se disputan la posesión de Antonio.

En cuanto a los personajes masculinos, Ramón es el antagonista de Peñaranda, aunque sus armas sirven para el mismo fin que las del sargento, según Mercedes. Es la imagen del héroe popular, que sin haber elegido un rol debe asumirlo hasta su, tanta veces predicada, muerte. Ramoncito, que creció mudo de susto, sorpresa o rechazo hacia el padre, se recupera ante la visión de Yolanda, evoluciona con los cuidados de Clara y ama a Gloria. Guerrero valiente para quien la lucha "En la guerra en donde ellos, que tienen el poder, forman la resistencia cuando la necesitan y después ellos mismos la acaban… ya no les conviene". Por eso ha llegado el momento real de su muerte.

Peñaranda es el usurpador local, cruel, violador de imágenes de vírgenes, astuto. temido. Encarna la imagen típica del dictador hispanoamericano. Antonio es el alcalde del pueblo, derrocado por el golpe militar, primer amor de Gloria, enamorado de Yolanda, víctima torturada que fracasa en lo público y en lo privado. Es la imagen de las débiles y traumatizadas democracias hispanoamericanas. Naranjo, es el cura que de tanto leer la Biblia en los funerales se le agotó y acabó diciendo sermones contra los militares: "La última vez que lo vieron por las calles llevaba una cruz martillada en la propia sacristía, dos revólveres debajo de la sotana y cinco machetes en una sola funda". Aunque nadie lo creía Peñaranda fue a matarlo a la iglesia, pero sólo lo hirió, por eso cicatriza en el odio. Representa a los curas tercemundistas, que toman conciencia de la realidad social, se comprometen y luchan para remediarla.

En conclusión, se trata de una pequeña gran novela, en la que por debajo de la denuncia, sosteniéndola, dándole fundamento, está el oficio de escritor, que se siente como actividad lúdica, como juego en que la fantasía dispone los caminos de una creatividad que tiende a desarrollarse en todas sus posibilidades, y reta al lector.

María Victoria Reyzábal, nació en Madrid, 1944. Poeta y ensayista. Experta en la elaboración de libros sobre la enseñanza del lenguaje y la literatura.

Libros publicados: Me miré y fue el océano (1987); Equilibrio de arenas y de viento (1988); Hasta agotar el éxtasis (1990); Ficciones y leyendas (1989); Instantes de él y ella (1994); Ser en paradojas (2004); Cualquier yo es un otro (1991); Emigrantes (2001) y Acerca de amores mortalmente inacabados (2004).




* Alude a la primera edición, Plaza Janés, 1978. Este ensayo fue publicado en el diario El País de Barcelona, España. 1981.

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