El Jardín de las
Weismann: treinta años después*
Luz Mary Giraldo
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Luz Mary Giraldo |
Nada
más actual en las letras contemporáneas, ya entrados al siglo XXI, cuando
diferentes escritores de ficción, testimonio o ensayo apuntan al exilio, el
desplazamiento, la emigración o la inmigración, reflejando al sujeto roto y a
la vida sacada del orden habitual reconocen. De alguna manera se propone una
forma de expurgación y redención que encuentra su lugar en la literatura y allí
mismo hace catarsis. Han navegado por estos territorios Edward W. Said, George
Steiner, Imre Kertész, Isaacs Bashevis Singer, entre algunos de latitudes
lejanas, y entre los de la nuestra Azriel Bibliowicz, Óscar Collazos, Roberto
Burgos Cantor, Luis Fayad, Fernando Iriarte, Marco Scwartz, Juan Gabriel
Vásquez, sin desconocer a Alfonso López Michensen y Pedro Gómez Valderrama.
Es
de notar que la novela de Pardo se inscribe en la de las migraciones judías,
como las de Bibliowicz, Vásquez y Schwartz. En El jardín…, una familia compuesta por mujeres alemanas que han
huido de la violencia de su país, busca arraigo en una región que aunque
agobiada por la violencia está enmarcada en un paisaje y en unos personajes
encantadores. Ensimismadas y alejadas de todos y de todo, construyen una
genealogía en la que para superar la muerte se impone el deseo de libertad a
expensas del amor y la ternura. En El rumor del astracán, la novela de
Bibliowicz, se sugiere la llegada de judíos polacos a Bogotá y la construcción
de un entorno con los de su propia cultura, no para enraizarse sino para buscar
fortuna y regresar. Se trata de representar, contextualizando en la década del
cincuenta, una identidad común que define a un pueblo y la experiencia de viaje
cumplido por unos seres en busca de un destino transitorio lejos de su lugar.
Y, tanto en El salmo de Kaplan de
Schwartz como en Los informantes de
Vásquez, contextualizadas en la contemporaneidad, se recrean experiencias de
judíos alemanes o polacos que al abandonar su territorio en épocas de los
campos de concentración buscan arraigo en otro lugar, aunque se sienten
impelidos a olvidar su historia, su pasado familiar, su nombre y su identidad.
En ellas los personajes ocultan el dolor, de alguna manera lo narcotizan, y su
retórica no sólo es la del exilio sino la del olvido, la de perder la memoria
para salvarse. Sin embargo, la memoria juega malas pasadas e irónicamente lo
olvidado retorna al presente, como pidiendo cuentas.
Alejados
de sus raíces, en cada una de ellas y de manera diferente, se evidencia la
imperiosa necesidad de unos seres de restablecer sus vidas, sobre todo en aquellas
novelas donde los personajes buscan arraigo: hay en ellos la urgencia de unirse
entre sí alrededor del significado de lo familiar, de unos valores ligados a la
comunidad de cultura, lengua y costumbres, eludiendo los estragos de vivir y
sentirse en el exilio.
De
una y otra manera la primera mitad del siglo XX europeo y la del nuestro, estuvieron
marcadas por temores y expectativas generadas por los catastróficos efectos de
violencias arrasadoras. La relación del aquí con el allá revela experiencias y
vivencias comunes a diversos pueblos y culturas, así como el miedo a la muerte
impuesta, el horror del estigma, la angustia de la persecución, la urgencia de
huída o la necesidad de ocultamiento que causan temor y dolor, además de un
profundo sentimiento de degradación y caída. Partícipe de estos aspectos, El jardín… teje la complejidad de esta
problemática a otros temas universales, como pueden serlo la soledad, el amor,
el erotismo y la espera, narrados con una prosa lírica que resulta
paradójicamente fresca ante la desgarradora temática, gracias al lenguaje y
ritmo poéticos que liman el oscuro ambiente de la pesadumbre y favorecen la
luminosidad de la sugerencia matizada por el amor.
Acompañada
por una nueva difusión y debate, la segunda edición de la novela varió su
título en 1982 por El jardín de las
Weismann, conservándose así en las ediciones siguientes, para ser
posteriormente adaptada como un seriado de televisión de nombre La estrella de las Baum, en el que sin
traicionar la ficción se destacó la relación con la tradición judía, la
persecución y el Holocausto. En la novela, el relato pulsa hilos ubicados entre
las cercanías de los años veinte y las décadas del cuarenta y el cincuenta. Una
suerte de contrapunto dramático entrelaza el aquí con el allá, al narrar la
experiencia de las mujeres alemanas que han inmigrado a Colombia pasando por
algún “puerto” que puede ser Barranquilla, Cartagena o Santa Marta y luego por
una “ciudad fría” (que puede ser Bogotá), antes de llegar a un pueblo propicio
para el cultivo de las flores, que pudiera estar en el Tolima. En el aquí se
respiran los años de la violencia rural y partidista, y en el allá se reconocen
los efectos de la Primera y Segunda Guerra Mundial y la persecución a judíos.
Una imagen alegórica sostiene y aúna dos situaciones y experiencias de terror:
“el chasquido de las botas de Peñaranda” que se convierte en expectativa e
ilusión, y al mismo tiempo, en representación de la pesadilla, de los ruidos
que quedaron en el pasado, los que persiguen en la soledad y la oscuridad al
convertirse en temores lejanos y recónditos.
El
punto de partida se refiere a la llegada de las Weismann, cuya historia es
entretejida por un narrador omnisciente que las muestra desde la admiración que
suscitan por ser bellas mujeres extranjeras, destacando sus orígenes y
antecedentes alemanes: Las Weismann, con
las cabelleras entre pañolones bordados, las edades separadas en el color de
los vestidos y el corazón palpitando al mismo instante como si respiraran el
mismo aire y vivieran el mismo momento, atravesaron el parque sin saludar a
nadie. En el mejor hotel, señalado por alguien a su llegada, descargaron el
equipaje, las cajas de madera marcadas con letras grandes y negras en donde
transportaban un automóvil desarmado y se bañaron de dos en dos haciendo turnos
para vigilar los alrededores. De dos en dos, dice, para destacar una
condición de reiteración de nombres y actitudes; pares que reflejan las dos
caras de la misma moneda. Pares en tierra extraña. Pares que fundan el territorio
del amor y la ternura para abandonar el del dolor de la separación y la ruptura,
el del mundo dejado atrás, el remoto lugar de los orígenes donde la persecución
y la muerte dejaron su huella indeleble y obligaron a huir.
Huérfanas
de padre y madre, desde el inicio de su travesía se revela su desamparo.
Abandonan lo propio, lo entrañable contenido en su país, mientras
paulatinamente viven un itinerario que cumple una especie de ritual de
alejamiento: pasan de una ciudad de Europa a otra, mientras se les confunde la
lengua aún antes de llegar al lugar donde tendrían asilo. Pasar por cada uno de
los sitios es atravesar el umbral para tomar distancia: por París y por España,
y entre puerto y puerto dejar su continente para llegar a un lugar lejano.
Cruzar barreras y romper fronteras, siempre fuera de lugar. Estar en cada lugar
dispuestas a estar siempre de guardia, asumiendo el método enseñado por su
padre en la resistencia. Hijas de un hombre que fue asesinado mientras protestaba en las calles de Berlín, desde el
comienzo reciben el ominoso legado del dolor y el estigma, cifrado en la
persecución, la huida y la ocupación de lugares ajenos. La muerte de la madre
sugiere acciones de la resistencia que, en este caso, se reconstruye con una
dramática imagen cargada de fuerza poética: La
señora Weismann embarcó a sus cuatro hijas para que huyeran de la Gran Guerra,
sacó la bomba que había preparado en el sótano, llenó la cartera con ella y se
voló con trece soldados alemanes. La nieve quedó como pedazos de nubes sobre el
cuerpo de la mujer. La nieve fragmentada, la blancura rota.

El universo narrado se concentra en la interioridad y desde las consecuencias del dolor de la guerra que conduce a la muerte o a la emigración, y se sostiene en esa continuidad de mujeres que desde la soledad y el dolor trastocan el horror en amor y ternura —única posibilidad de redención— en una continua metamorfosis cumplida continuamente en el jardín o en la Casa del Amor y la Ternura. Entre la última rama de la genealogía de las Weismann y la primera, hay una particular tensión dramática: con las mayores se refleja la vida del inmigrante cargada de fuerzas emocionales, que en su caso las lleva al mundo cerrado y regido sólo por ellas, y con las otras menores, la del inmigrante o descendiente de éste, que correspondería a extranjeras asimiladas viviendo el exilio como su verdadero lugar. Esto refleja una identidad fracturada: siempre son reconocidas alemanas que el lector percibe arraigadas en un lugar de Colombia; son de allá pero viven aquí, y como tal se las acepta, afirmando su fisura.
Si
bien algunos críticos han analizado la novela desde los tópicos de la violencia
partidista, y han señalado sus relaciones con el estilo de García Márquez, en
cuanto a lo insólito y maravilloso de ciertos sucesos y la repetición
genealógica de nombres, conviene destacar su formalización lírica y la temática
de las migraciones que elevadas a categorías discursivas y poéticas, establecen
un puente entre culturas y sociedades con destinos similares. Si la violencia
es punto de encuentro, el amor como posibilidad de redención es perspectiva
esperanzadora. El jardín de las Weismann,
treinta años después de su primera edición sigue siendo fresca y está a tono
con preocupaciones actuales.
Luz Mary Giraldo, nació en Ibagué, Colombia, en 1950. Ensayista,
poeta y profesora universitaria. Doctora
en Filosofía y Letras, Universidad Javeriana, ha dedicado sus últimos años al
estudio de la narrativa y la poesía latinoamericana contemporánea, con énfasis
en Colombia.
Libros publicados: El tiempo se
volvió poema (1974); Camino de los
sueños (1981); Poemas (Coautoría
con Óscar Torres Duque, 1998); Con la
vida (1997); Hoja por hoja
(2002); Tarjeta postal (2003); Poemas (Coautoría con Martha
Canfield, 2004); José Donoso:
El laberinto de la identidad (1982); La
novela colombiana ante la crítica, 1975-1990. (1994); Fin de siglo, narrativa colombiana (1995); Narrativa colombiana, búsqueda de un nuevo canon (2000); Ciudades escritas (2001); Más allá de Macondo-Tradición y rupturas
literarias (2006); Diario vivir
(2007).
Antologías: Jardín de sueños (1987); Nuevo cuento colombiano (1997); Ellas cuentan. Relatos de escritoras
colombianas de la colonia a nuestros días (1998); Cuentos de fin de siglo (1999); Cuentos
caníbales (2002); Café con amor
(2001).
*
Nota inédita. Alude a la 8ª edición, publicada en la colección, Cincuenta novelas colombianas y una pintada.
Pijao Editores, Caza de libros, Bogotá, abril, 2008.
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