lunes, 30 de julio de 2012

Luz Mary Giraldo El Jardín de las Weismann: treinta años después


El Jardín de las Weismann: treinta años después*
Luz Mary Giraldo

                                                                      
Luz Mary Giraldo
Cuando en 1978 Jorge Eliécer Pardo publicó El jardín de las Hartmann, la recepción fue inmediata y positiva. Era la primera novela de un joven escritor que desde el tema de la violencia entrelazaba situaciones de nuestra historia con las de Europa. El autor retomaba una temática aún no exorcizada de nuestra realidad, la de la violencia rural y partidista de medio siglo, y la ponía en concordancia o diálogo con la de las guerras mundiales europeas.
Nada más actual en las letras contemporáneas, ya entrados al siglo XXI, cuando diferentes escritores de ficción, testimonio o ensayo apuntan al exilio, el desplazamiento, la emigración o la inmigración, reflejando al sujeto roto y a la vida sacada del orden habitual reconocen. De alguna manera se propone una forma de expurgación y redención que encuentra su lugar en la literatura y allí mismo hace catarsis. Han navegado por estos territorios Edward W. Said, George Steiner, Imre Kertész, Isaacs Bashevis Singer, entre algunos de latitudes lejanas, y entre los de la nuestra Azriel Bibliowicz, Óscar Collazos, Roberto Burgos Cantor, Luis Fayad, Fernando Iriarte, Marco Scwartz, Juan Gabriel Vásquez, sin desconocer a Alfonso López Michensen y Pedro Gómez Valderrama.
Es de notar que la novela de Pardo se inscribe en la de las migraciones judías, como las de Bibliowicz, Vásquez y Schwartz. En El jardín…, una familia compuesta por mujeres alemanas que han huido de la violencia de su país, busca arraigo en una región que aunque agobiada por la violencia está enmarcada en un paisaje y en unos personajes encantadores. Ensimismadas y alejadas de todos y de todo, construyen una genealogía en la que para superar la muerte se impone el deseo de libertad a expensas del amor y la ternura. En El rumor del astracán, la novela de Bibliowicz, se sugiere la llegada de judíos polacos a Bogotá y la construcción de un entorno con los de su propia cultura, no para enraizarse sino para buscar fortuna y regresar. Se trata de representar, contextualizando en la década del cincuenta, una identidad común que define a un pueblo y la experiencia de viaje cumplido por unos seres en busca de un destino transitorio lejos de su lugar. Y, tanto en El salmo de Kaplan de Schwartz como en Los informantes de Vásquez, contextualizadas en la contemporaneidad, se recrean experiencias de judíos alemanes o polacos que al abandonar su territorio en épocas de los campos de concentración buscan arraigo en otro lugar, aunque se sienten impelidos a olvidar su historia, su pasado familiar, su nombre y su identidad. En ellas los personajes ocultan el dolor, de alguna manera lo narcotizan, y su retórica no sólo es la del exilio sino la del olvido, la de perder la memoria para salvarse. Sin embargo, la memoria juega malas pasadas e irónicamente lo olvidado retorna al presente, como pidiendo cuentas.
Alejados de sus raíces, en cada una de ellas y de manera diferente, se evidencia la imperiosa necesidad de unos seres de restablecer sus vidas, sobre todo en aquellas novelas donde los personajes buscan arraigo: hay en ellos la urgencia de unirse entre sí alrededor del significado de lo familiar, de unos valores ligados a la comunidad de cultura, lengua y costumbres, eludiendo los estragos de vivir y sentirse en el exilio.
De una y otra manera la primera mitad del siglo XX europeo y la del nuestro, estuvieron marcadas por temores y expectativas generadas por los catastróficos efectos de violencias arrasadoras. La relación del aquí con el allá revela experiencias y vivencias comunes a diversos pueblos y culturas, así como el miedo a la muerte impuesta, el horror del estigma, la angustia de la persecución, la urgencia de huída o la necesidad de ocultamiento que causan temor y dolor, además de un profundo sentimiento de degradación y caída. Partícipe de estos aspectos, El jardín… teje la complejidad de esta problemática a otros temas universales, como pueden serlo la soledad, el amor, el erotismo y la espera, narrados con una prosa lírica que resulta paradójicamente fresca ante la desgarradora temática, gracias al lenguaje y ritmo poéticos que liman el oscuro ambiente de la pesadumbre y favorecen la luminosidad de la sugerencia matizada por el amor.
Acompañada por una nueva difusión y debate, la segunda edición de la novela varió su título en 1982 por El jardín de las Weismann, conservándose así en las ediciones siguientes, para ser posteriormente adaptada como un seriado de televisión de nombre La estrella de las Baum, en el que sin traicionar la ficción se destacó la relación con la tradición judía, la persecución y el Holocausto. En la novela, el relato pulsa hilos ubicados entre las cercanías de los años veinte y las décadas del cuarenta y el cincuenta. Una suerte de contrapunto dramático entrelaza el aquí con el allá, al narrar la experiencia de las mujeres alemanas que han inmigrado a Colombia pasando por algún “puerto” que puede ser Barranquilla, Cartagena o Santa Marta y luego por una “ciudad fría” (que puede ser Bogotá), antes de llegar a un pueblo propicio para el cultivo de las flores, que pudiera estar en el Tolima. En el aquí se respiran los años de la violencia rural y partidista, y en el allá se reconocen los efectos de la Primera y Segunda Guerra Mundial y la persecución a judíos. Una imagen alegórica sostiene y aúna dos situaciones y experiencias de terror: “el chasquido de las botas de Peñaranda” que se convierte en expectativa e ilusión, y al mismo tiempo, en representación de la pesadilla, de los ruidos que quedaron en el pasado, los que persiguen en la soledad y la oscuridad al convertirse en temores lejanos y recónditos.
El punto de partida se refiere a la llegada de las Weismann, cuya historia es entretejida por un narrador omnisciente que las muestra desde la admiración que suscitan por ser bellas mujeres extranjeras, destacando sus orígenes y antecedentes alemanes: Las Weismann, con las cabelleras entre pañolones bordados, las edades separadas en el color de los vestidos y el corazón palpitando al mismo instante como si respiraran el mismo aire y vivieran el mismo momento, atravesaron el parque sin saludar a nadie. En el mejor hotel, señalado por alguien a su llegada, descargaron el equipaje, las cajas de madera marcadas con letras grandes y negras en donde transportaban un automóvil desarmado y se bañaron de dos en dos haciendo turnos para vigilar los alrededores. De dos en dos, dice, para destacar una condición de reiteración de nombres y actitudes; pares que reflejan las dos caras de la misma moneda. Pares en tierra extraña. Pares que fundan el territorio del amor y la ternura para abandonar el del dolor de la separación y la ruptura, el del mundo dejado atrás, el remoto lugar de los orígenes donde la persecución y la muerte dejaron su huella indeleble y obligaron a huir.
Huérfanas de padre y madre, desde el inicio de su travesía se revela su desamparo. Abandonan lo propio, lo entrañable contenido en su país, mientras paulatinamente viven un itinerario que cumple una especie de ritual de alejamiento: pasan de una ciudad de Europa a otra, mientras se les confunde la lengua aún antes de llegar al lugar donde tendrían asilo. Pasar por cada uno de los sitios es atravesar el umbral para tomar distancia: por París y por España, y entre puerto y puerto dejar su continente para llegar a un lugar lejano. Cruzar barreras y romper fronteras, siempre fuera de lugar. Estar en cada lugar dispuestas a estar siempre de guardia, asumiendo el método enseñado por su padre en la resistencia. Hijas de un hombre que fue asesinado mientras protestaba en las calles de Berlín, desde el comienzo reciben el ominoso legado del dolor y el estigma, cifrado en la persecución, la huida y la ocupación de lugares ajenos. La muerte de la madre sugiere acciones de la resistencia que, en este caso, se reconstruye con una dramática imagen cargada de fuerza poética: La señora Weismann embarcó a sus cuatro hijas para que huyeran de la Gran Guerra, sacó la bomba que había preparado en el sótano, llenó la cartera con ella y se voló con trece soldados alemanes. La nieve quedó como pedazos de nubes sobre el cuerpo de la mujer. La nieve fragmentada, la blancura rota.



El universo narrado se concentra en la interioridad y desde las consecuencias del dolor de la guerra que conduce a la muerte o a la emigración, y se sostiene en esa continuidad de mujeres que desde la soledad y el dolor trastocan el horror en amor y ternura —única posibilidad de redención— en una continua metamorfosis cumplida continuamente en el jardín o en la Casa del Amor y la Ternura. Entre la última rama de la genealogía de las Weismann y la primera, hay una particular tensión dramática: con las mayores se refleja la vida del inmigrante cargada de fuerzas emocionales, que en su caso las lleva al mundo cerrado y regido sólo por ellas, y con las otras menores, la del inmigrante o descendiente de éste, que correspondería a extranjeras asimiladas viviendo el exilio como su verdadero lugar. Esto refleja una identidad fracturada: siempre son reconocidas alemanas que el lector percibe arraigadas en un lugar de Colombia; son de allá pero viven aquí, y como tal se las acepta, afirmando su fisura.
Si bien algunos críticos han analizado la novela desde los tópicos de la violencia partidista, y han señalado sus relaciones con el estilo de García Márquez, en cuanto a lo insólito y maravilloso de ciertos sucesos y la repetición genealógica de nombres, conviene destacar su formalización lírica y la temática de las migraciones que elevadas a categorías discursivas y poéticas, establecen un puente entre culturas y sociedades con destinos similares. Si la violencia es punto de encuentro, el amor como posibilidad de redención es perspectiva esperanzadora. El jardín de las Weismann, treinta años después de su primera edición sigue siendo fresca y está a tono con preocupaciones actuales.

Luz Mary Giraldo, nació en Ibagué, Colombia, en 1950. Ensayista, poeta y profesora universitaria.  Doctora en Filosofía y Letras, Universidad Javeriana, ha dedicado sus últimos años al estudio de la narrativa y la poesía latinoamericana contemporánea, con énfasis en Colombia.

Libros publicados: El tiempo se volvió poema (1974); Camino de los sueños (1981); Poemas (Coautoría con Óscar Torres Duque, 1998); Con la vida (1997); Hoja por hoja (2002); Tarjeta postal (2003); Poemas (Coautoría con Martha Canfield, 2004); José Donoso: El laberinto de la identidad (1982); La novela colombiana ante la crítica, 1975-1990. (1994); Fin de siglo, narrativa colombiana (1995); Narrativa colombiana, búsqueda de un nuevo canon (2000); Ciudades escritas (2001); Más allá de Macondo-Tradición y rupturas literarias (2006); Diario vivir (2007).
Antologías: Jardín de sueños (1987); Nuevo cuento colombiano (1997); Ellas cuentan. Relatos de escritoras colombianas de la colonia a nuestros días (1998); Cuentos de fin de siglo (1999); Cuentos caníbales (2002); Café con amor (2001).



* Nota inédita. Alude a la 8ª edición, publicada en la colección, Cincuenta novelas colombianas y una pintada. Pijao Editores, Caza de libros, Bogotá, abril, 2008.

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