Rebelión de las Weismann*
Jorge Guebely
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Jorge Guebely |
Antes de iniciar el acercamiento a la novela de Jorge Eliécer Pardo,
me permitiré hacer algunos comentarios básicos del arte literario. Una de las
tantas maravillas que tiene la literatura es su independencia, no se deja
atrapar por ningún dogma, ni político, ni religioso, ni filosófico. Se mueve
con plena libertad por los territorios de cada una de ellas sin convertirse
jamás en su servidora. Los escritores que han intentado semejante hazaña de
colonización han fracasado en la empresa, simplemente porque ella se vuela,
dejando atrás obras mecánicas, sin la redención del arte.
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Pedro Calderón de la Barca |
Los autos sacramentales del Medioevo, por ejemplo, cayeron en desuso
por servir incondicionalmente a la moral cristiana. Ni siquiera los intentos
posteriores de rescatar el género pudieron darle vida, no sirvieron de nada los
primeros auxilios al moribundo género. Hoy casi nadie recuerda el auto
sacramental de La vida es sueño de
Calderón de la Barca y sí inmortaliza con pasión la comedia-tragedia del mismo
nombre y del mismo autor. La razón esencial radica en que la primera está
contaminada de moral y la segunda de literatura.
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Maiakovski |
La perspectiva poética que tenía Maiakovski del mundo era evidente,
muchos de sus poemas surgieron redimidos por la poesía. Pero desmejoraron
cuando los puso al servicio de la moral política del partido. El panegírico a
Lenin tiene versos menores que rayan con el discurso político, con la
mediocridad y con la muerte poética: Nos
llevaba —escribe el poeta sobre Lenin— al
combate, /anunciaba las conquistas, /y así /el proletario /es dueño de todo. Predomina
en esta estrofa la ingenuidad del militante y no la conciencia superior del
poeta.
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Zola |
Ni siquiera la moral positivista del S. XIX fue capaz de atrapar las
obras de Zola. A pesar de él mismo, a pesar de tener como sus mentores al
positivismo de Comte, al utilitarismo de Benthan, al evolucionismo de Darwin,
sus relatos se emanciparon, incluso, se levantaron en el torbellino de un siglo
lleno de sugerencias simbólicas y de trascendencias místicas. Es decir, entre
los dos extremos del pensamiento humano. De nuevo el espíritu literario, la
Musa tantas veces nombrada por Platón, levantó el vuelo, se escapó de una moral
científica.
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Aristóteles |
Gabriel García Márquez
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García Márquez nunca imaginó que un ser tan simple, de
región tan desconocida, tuviera semejante sensación.
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Homero |
La Ilíada y La Odisea tienen un sabor peculiar de la Grecia antigua,
sin embargo, por ser voces divinas nos conmueven hoy, nos seguirán conmoviendo
mientras exista la especie humana, nunca dejarán de estar redimidas por la
literatura porque sus dioses no son traidores. El tiempo, que es creación
humana, no logrará destruirlas jamás.
Esa es una de las razones para afirmar que la lectura de El jardín de las Weismann, escrita por
Jorge Eliécer Pardo, me puso ante un hecho literario. Después de treintidos
años conserva la lozanía de lo perdurable, de los seres que nunca envejecen. Se
mantiene libre de toda moral y de cualquier geografía. Las intenciones secretas
del autor fueron borradas por el devenir, la percepción de que el autor es un
amanuense de lo divino palpita con mayor claridad. Por el contrario, el
acercamiento hoy, cuando las condiciones sociales en donde nació han
envejecido, se la puede apreciar sin las tensiones temporales, y se le puede
descubrir nuevas claves que antes resultaban herméticas.
La literatura nos desvela de nuevo, a través de El jardín de las Weismann, el conflicto existencial de la especie
contra la extravagancia del poder militar. Nos muestra cómo la guerra, que es
pobre y bestial, ha destruido el crecimiento humano de los hombres. Unas
enigmáticas damas son expulsadas de Alemania, su tierra natal. La fuerza brutal
del ejército hitleriano las destituye de su origen, las pone a deambular sobre
la tierra como fantasmas sin objetivos. El mito religioso de Adán y Eva se
vuelve a configurar como si el mismo dios que mueve los hilos secretos de la
religiosidad moviera los de la literatura.
Tal vez sea una de las disciplinas que busca la liberación humana del
hombre, su alejamiento de la bestia, su acercamiento al ser humano. Quizás el
plan secreto del universo sea superar la fuerza bruta para alcanzar la
supremacía de la conciencia. El hombre comenzó su ascenso a lo humano —según la
tradición judeocristiana— cuando se rebeló en el paraíso terrenal y accedió a
los albores de la conciencia. ...cuando
comáis del fruto de ese árbol podréis saber lo que es bueno y lo que es malo…
dice el Génesis. De eso se desprende que el diablo fue el primer humanista de
la historia y la mujer, la primera rebelde. Pero sobre todo, que la rebelión es
conocimiento.
Fue justamente Nietzsche quien percibió al hombre como el puente entre
la bestia y el súper-hombre. Pero es el espíritu militar el que se encuentra
más cerca de la bestia, todavía cree en la fuerza bruta para liderar los
destinos de la especie. Y si un primate no representa un peligro más allá de lo
natural es precisamente por eso, por ser natural, por acogerse a las leyes
originales del universo. La fuerza militar es peligrosa por la razón contraria,
por obedecer a leyes mentales, que son alucinantes y estrambóticas.
El escéptico Epicuro dijo en la Grecia helenística, cuando Alejandro
Magno ya había construido su imperio y se encontraba en decadencia, que el
hombre tenía que dedicarse a la política por cuanto que había sido expulsado
del paraíso terrenal o edad dorada. Sólo que política y espíritu militar son lo
mismo. La guerra, según Clausewitz, es la continuación de la política por otros
medios.
Avasalladas por la política, por la guerra, las Weismann emprenden una
aventura que termina en algún lugar de Colombia, un espacio recuperado por la
literatura y convertido en una geografía de cualquier parte del mundo. El autor
cuida de no darle nombre, hecho que lo hace universal. Un personaje de Kafka se
llama K…, nombre que borra cualquier identidad formal y referencia a una
esencia, K… es cualquier ser humano de la tierra.
El lugar inhóspito donde llegan las Weismann está contaminado por la
peste del militarismo, está tan viva como en la vieja Alemania, la debacle de
la condición humana es universal. Posiblemente la confrontación entre derechas
e izquierdas esté en uno de sus puntos candentes, pero esta confrontación
política tiene poco interés para la literatura, se configura como un pretexto
más para buscar la esencia, para poner de relieve la estupidez humana. La
política siempre ha encontrado argumentos para estar en guerra, para hacer de
la historia una cacofónica repetición bélica.
Por eso, la presencia de las Weismann no pretende contribuir con la nueva
guerra, por el contrario, ellas utilizan sus armas femeninas para contrarrestar
un mundo de fuerza y sin amor. Débora
soñó una casa bella en donde los hombres irían a dejar sus penas… Y la
cultura moralista, tan común en las poblaciones civiles, hizo pensar en que la
casa soñada por Brenda era un prostíbulo. Pero Pardo nos previene de inmediato:
donde los hombres irían a dejar sus penas
sin necesidad de sexo.
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Rimbaud |
Rimbaud consideraba que la clave del mundo no la encontraríamos porque
habíamos excluido lo femenino. No explica qué es lo femenino pero yo me
aventuro y pienso que sean la noche, los misterios de la existencia, los
rumores de voces secretas que sólo son comprensibles con la intuición, la
ternura, el amor, la poesía... El ser que
ama revive /o vive doblemente… dice el poeta ecuatoriano Jorge Carrera
Andrade. Sólo que para vivir hay que tener conciencia superior, transparente,
haber comido del árbol de la vida, aquel que se hallaba en el paraíso terrenal,
y jamás fue tocado por Adán y Eva.

Las musas de la literatura son persistentes, su lucha contra las
fuerzas del mono civilizado ha sido de siempre. Aristófanes, inmerso en las
guerras del Peloponeso, escribió Lisístrata,
la gran huelga de piernas cruzadas, llevada a cabo por las mujeres de Grecia,
para que sus hombres terminaran con la torpeza de la guerra permanente. El
espíritu femenino sale triunfante en la obra pero no en la realidad, las
guerras continuaron, la decadencia se apoderó de Grecia, hasta cuando
desapareció de la historia. Un siglo después, Aristóteles escribió en su
Poética que el historiador tenía la misión de describir al mundo tal como era
mientras que el poeta, como debiera ser.

El espíritu femenino registrado por numerosas obras literarias ha
saltado al flujo de la historia. Una relación dialéctica se entrecruza entre
las dos, el discurso literario intenta desentrañar los desafueros del discurso
cultural. Basta recordar La proclama del
Día de las madres de la poeta y activista norteamericana, Julia Ward Howe,
quien en nombre de la maternidad y la humanidad pidió la constitución de un
congreso exclusivamente femenino, con el objetivo de promover la alianza de
diferentes nacionalidades y arreglar amistosamente las diferencias internacionales.
Incitó al levantamiento de todas las mujeres. Nuestros maridos no regresarán a nosotras en busca de caricias y
aplausos, —escribió— apestando a
matanzas. No se llevarán a nuestros hijos para que desaprendan todo lo que
hemos podido enseñarles acerca de la caridad, la compasión y la paciencia.
La conciencia de una cultura militar, de gran pobreza humana, la llevó a
protestar en sus poemas y en las plazas públicas.
El talante de las Weismann es igual, la importancia de la cultura no
la hallaba en el poder, ni económico ni político. Por el contrario, el amor
constituía para ellas el motor del devenir humano. Y accedieron al amor con un
tono libre, despojadas de cualquier moralidad, pero también de cualquier
inmoralidad. Tanto Yolanda Weismann como Gloria Weismann, ambas gemelas,
estaban redimidas por la presencia de un amor sin parapetos formales, pero
sobretodo intenso.
El compromiso político era la característica de sus hombres: Antonio
quien ejercía la alcaldía y Ramoncito quien era hijo de Lucy. El calor de la
represión militar impedía la vida física y espiritual de los hombres, todo
varón se sentía con la obligación de convertirse en guerrero, de combatir con
las armas al poder del sargento Peñaranda, imagen frecuente en la literatura
latinoamericana del poder militar. Los hombres descontaminados se hallaban
conminados a la decadencia de la fuerza bruta. ¿Por qué estás entre esas paredes si tú eres bueno como las flores?

El amor es el arma de Yolanda, el de cualquier mujer en sus cabales. Te quiero le dice, para luego
describirlo en su futura celda: Estarás
frío, con hambre, con tiritiadera en las mandíbulas, con ganas de té caliente,
con ganas de Gloria Weismann. La brevedad de la frase no le resta su
profundidad y su tensión. La condición deplorable del hombre está resumida: el
amor lo ronda, lo asedia, sin embargo, la cárcel lo gana, lo somete a una existencia
de condenado, donde el infierno lo tritura, lo reduce a las torturas de vivir
sin amor, lo penaliza a soñar con un té
caliente, con Gloria Weismann,
con el amor, con el complemento cósmico. La tragedia del hombre radica en su
enorme incapacidad para el amor, para la ternura, para la vida. Sueños
miserables lo alienan, lo convierten en el peor y más distinguido de los
culpables sobre la tierra.
El otro hombre, Ramoncito, tiene la juventud o la juventud lo tiene a
él y, por lo tanto, también las mentiras de su edad. Por un delirio de
grandeza, por el mandamiento cultural que nos obliga a construir el edificio de
la importancia personal, se cree con la misión de cambiar el mundo. Pero es un
hombre tradicional, poco importa si ondea el programa de una nueva sociedad,
los métodos son iguales a los de sus detractores: la misma guerra que azota a
la especie desde hace setenta siglos cuando se consolidó la primera revolución
urbana. Con el agravante que debe desplegar una guerra más cruel que la de su
opositor, el único camino para vencer. La fuerza bruta sólo se vence con una
fuerza bruta superior. El camino es tan absurdo como apagar el fuego con más
fuego, según afirma la filosofía oriental. Tenemos
que armarnos o perderemos la guerra, dice el cura. Y Gloria Weismann le
pide a Ramoncito que desista de ir al combate y él le responde con la
arrogancia del enajenado: Volveré por
usted cuando ganemos la guerra. La contaminación de la fuerza bruta es
universal, representa el alimento de una cultura que se nutre de sangre para
que los altos mandos del poder político y económico usufructúen su soberanía
perversa.
La afirmación de Gloria resulta maravillosa y desconcertante: No hay guerra, Ramoncito, hay vida para los
dos. Parece que dijera que el fin de la vida es la vida y no la guerra,
todo destino fuera de la vida es una estupidez. Conociendo la sensibilidad
femenina que transporta a Gloria, sólo de esa manera se la puede entender.
La supremacía de la insensatez se halla en un diálogo, apto para la
enmarcación:
—
¡Llévame Ramoncito!
—
Hoy mataremos a Maldonado y a Peñaranda.
—
¡Llévame!
—
Hoy remontaremos…
—
¡Llévame!
—
Hoy empezaré a ser Ramón Rodríguez.
—
¡Llévame Ramón Rodríguez!
La metamorfosis de Ramoncito en Ramón Rodríguez me recuerda la otra
Metamorfosis, el advenimiento en un insecto, en un condenado a los más bajos
fondos de los delirios sociales. El acercamiento a la bestia se acentúa, la
distancia al hombre se hace mayor. El destino de insecto humano se cumplió, la
certeza de Gloria se hizo evidente: para el ser humano no hay guerra, hay vida,
es así como debiera ser la existencia según el postulado aristotélico y la
finalidad literaria. Ramoncito murió en el combate, la historia seguía su
camino cacofónico y cruel.
Sin embargo, las Weismann no ceden en su labor de humanizar el mundo a
través del amor y la ternura. La filosofía sigue siendo la misma: …crear una generación cuyos padres no
acabaran en la muerte como los de ellas… sus padres abatidos brutalmente en
el régimen hitleriano, en el paraíso que les había correspondido por mandato
del destino y destruido por la vileza del poder militar. Al fondo de sus almas
se removía la idea bíblica de retornar al paraíso.
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Jorge Eliécer Pardo (©Marcela Pachón, 2011) |
Jorge Eliécer, el autor, el literato, la literatura, nos dice que las
Weismann afinaron su proyecto: tendrían hijos de los hombres más inteligentes para regresar y tomar venganza. La
forma de la venganza no está explícita, pero la imagino llena de amor, grandes
explosiones de ternura, accesos de amistad, de cordialidad, todo un enjambre de
sentimientos y estados humanos capaces de detonar el imperio de la fuerza
muscular. La orgía humana en todo su esplendor, como las diez mil personas
dispuestas a ver la ejecución de Grenouille, el personaje de Süskind, tocadas
por el perfume del amor, por la locura del éxtasis, dispuestas a perdonar los
crímenes más horrendos.


Libros publicados: Soledad y orfandad del hombre moderno en la
poesía huilense. Universidad Surcolombiana, Neiva, 1987. El otro Dorado (2010)
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