lunes, 30 de julio de 2012

Jorge Guebely: Rebelión de las Weismann



Rebelión de las Weismann*
Jorge Guebely

Jorge Guebely
Antes de iniciar el acercamiento a la novela de Jorge Eliécer Pardo, me permitiré hacer algunos comentarios básicos del arte literario. Una de las tantas maravillas que tiene la literatura es su independencia, no se deja atrapar por ningún dogma, ni político, ni religioso, ni filosófico. Se mueve con plena libertad por los territorios de cada una de ellas sin convertirse jamás en su servidora. Los escritores que han intentado semejante hazaña de colonización han fracasado en la empresa, simplemente porque ella se vuela, dejando atrás obras mecánicas, sin la redención del arte.
Pedro Calderón de la Barca
Los autos sacramentales del Medioevo, por ejemplo, cayeron en desuso por servir incondicionalmente a la moral cristiana. Ni siquiera los intentos posteriores de rescatar el género pudieron darle vida, no sirvieron de nada los primeros auxilios al moribundo género. Hoy casi nadie recuerda el auto sacramental de La vida es sueño de Calderón de la Barca y sí inmortaliza con pasión la comedia-tragedia del mismo nombre y del mismo autor. La razón esencial radica en que la primera está contaminada de moral y la segunda de literatura.
Maiakovski
La perspectiva poética que tenía Maiakovski del mundo era evidente, muchos de sus poemas surgieron redimidos por la poesía. Pero desmejoraron cuando los puso al servicio de la moral política del partido. El panegírico a Lenin tiene versos menores que rayan con el discurso político, con la mediocridad y con la muerte poética: Nos llevaba —escribe el poeta sobre Lenin— al combate, /anunciaba las conquistas, /y así /el proletario /es dueño de todo. Predomina en esta estrofa la ingenuidad del militante y no la conciencia superior del poeta.
Zola
Ni siquiera la moral positivista del S. XIX fue capaz de atrapar las obras de Zola. A pesar de él mismo, a pesar de tener como sus mentores al positivismo de Comte, al utilitarismo de Benthan, al evolucionismo de Darwin, sus relatos se emanciparon, incluso, se levantaron en el torbellino de un siglo lleno de sugerencias simbólicas y de trascendencias místicas. Es decir, entre los dos extremos del pensamiento humano. De nuevo el espíritu literario, la Musa tantas veces nombrada por Platón, levantó el vuelo, se escapó de una moral científica.
Aristóteles
La musa que promueve el ardor literario llega sobre el elegido, explota, y se va. Ninguna moral la detiene o la aprisiona. La voluntad no es suficiente para escribir una novela con el fuego literario, hace falta lo otro, la presencia de lo divino. Aristóteles consideraba en su Poética que el autor se transportaba temporalmente a la comprensión de lo divino, acontecimiento que lo comprometía con la creación. Ningún escritor es dueño de ese instante, muchas de sus intenciones personales quedan traicionadas, desconoce incluso los avatares que seguirán su creación. Cervantes nunca imaginó la importancia que su Don Quijote despertaría para los románticos del siglo XIX, ni para los jóvenes bogotanos en la postrimería del siglo XX.

Gabriel García Márquez
Todo sucede porque una obra literaria está hecha de tiempo y de eternidad al mismo tiempo, de sincronía y diacronía, de lo humano y de lo divino. Una narración puede ubicarse en el tiempo, en la geografía, en lo estrictamente humano, sin embargo, trasciende las fronteras geográficas y las históricas, la redención de lo divino la determina. Un africano me afirmó categóricamente en París que Macondo era su pueblo natal. No lo extraño, Macondo es una ciudad humana y divina, de ahora y de ahora en adelante, de los dioses y de los hombres. 
García Márquez nunca imaginó que un ser tan simple, de región tan desconocida, tuviera semejante sensación.
Homero
La Ilíada y La Odisea tienen un sabor peculiar de la Grecia antigua, sin embargo, por ser voces divinas nos conmueven hoy, nos seguirán conmoviendo mientras exista la especie humana, nunca dejarán de estar redimidas por la literatura porque sus dioses no son traidores. El tiempo, que es creación humana, no logrará destruirlas jamás.
Esa es una de las razones para afirmar que la lectura de El jardín de las Weismann, escrita por Jorge Eliécer Pardo, me puso ante un hecho literario. Después de treintidos años conserva la lozanía de lo perdurable, de los seres que nunca envejecen. Se mantiene libre de toda moral y de cualquier geografía. Las intenciones secretas del autor fueron borradas por el devenir, la percepción de que el autor es un amanuense de lo divino palpita con mayor claridad. Por el contrario, el acercamiento hoy, cuando las condiciones sociales en donde nació han envejecido, se la puede apreciar sin las tensiones temporales, y se le puede descubrir nuevas claves que antes resultaban herméticas.
La literatura nos desvela de nuevo, a través de El jardín de las Weismann, el conflicto existencial de la especie contra la extravagancia del poder militar. Nos muestra cómo la guerra, que es pobre y bestial, ha destruido el crecimiento humano de los hombres. Unas enigmáticas damas son expulsadas de Alemania, su tierra natal. La fuerza brutal del ejército hitleriano las destituye de su origen, las pone a deambular sobre la tierra como fantasmas sin objetivos. El mito religioso de Adán y Eva se vuelve a configurar como si el mismo dios que mueve los hilos secretos de la religiosidad moviera los de la literatura.
Tal vez sea una de las disciplinas que busca la liberación humana del hombre, su alejamiento de la bestia, su acercamiento al ser humano. Quizás el plan secreto del universo sea superar la fuerza bruta para alcanzar la supremacía de la conciencia. El hombre comenzó su ascenso a lo humano —según la tradición judeocristiana— cuando se rebeló en el paraíso terrenal y accedió a los albores de la conciencia. ...cuando comáis del fruto de ese árbol podréis saber lo que es bueno y lo que es malo… dice el Génesis. De eso se desprende que el diablo fue el primer humanista de la historia y la mujer, la primera rebelde. Pero sobre todo, que la rebelión es conocimiento.
Fue justamente Nietzsche quien percibió al hombre como el puente entre la bestia y el súper-hombre. Pero es el espíritu militar el que se encuentra más cerca de la bestia, todavía cree en la fuerza bruta para liderar los destinos de la especie. Y si un primate no representa un peligro más allá de lo natural es precisamente por eso, por ser natural, por acogerse a las leyes originales del universo. La fuerza militar es peligrosa por la razón contraria, por obedecer a leyes mentales, que son alucinantes y estrambóticas.
El escéptico Epicuro dijo en la Grecia helenística, cuando Alejandro Magno ya había construido su imperio y se encontraba en decadencia, que el hombre tenía que dedicarse a la política por cuanto que había sido expulsado del paraíso terrenal o edad dorada. Sólo que política y espíritu militar son lo mismo. La guerra, según Clausewitz, es la continuación de la política por otros medios.
Avasalladas por la política, por la guerra, las Weismann emprenden una aventura que termina en algún lugar de Colombia, un espacio recuperado por la literatura y convertido en una geografía de cualquier parte del mundo. El autor cuida de no darle nombre, hecho que lo hace universal. Un personaje de Kafka se llama K…, nombre que borra cualquier identidad formal y referencia a una esencia, K… es cualquier ser humano de la tierra.
El lugar inhóspito donde llegan las Weismann está contaminado por la peste del militarismo, está tan viva como en la vieja Alemania, la debacle de la condición humana es universal. Posiblemente la confrontación entre derechas e izquierdas esté en uno de sus puntos candentes, pero esta confrontación política tiene poco interés para la literatura, se configura como un pretexto más para buscar la esencia, para poner de relieve la estupidez humana. La política siempre ha encontrado argumentos para estar en guerra, para hacer de la historia una cacofónica repetición bélica.
Por eso, la presencia de las Weismann no pretende contribuir con la nueva guerra, por el contrario, ellas utilizan sus armas femeninas para contrarrestar un mundo de fuerza y sin amor. Débora soñó una casa bella en donde los hombres irían a dejar sus penas… Y la cultura moralista, tan común en las poblaciones civiles, hizo pensar en que la casa soñada por Brenda era un prostíbulo. Pero Pardo nos previene de inmediato: donde los hombres irían a dejar sus penas sin necesidad de sexo.
Rimbaud
Rimbaud consideraba que la clave del mundo no la encontraríamos porque habíamos excluido lo femenino. No explica qué es lo femenino pero yo me aventuro y pienso que sean la noche, los misterios de la existencia, los rumores de voces secretas que sólo son comprensibles con la intuición, la ternura, el amor, la poesía... El ser que ama revive /o vive doblemente… dice el poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade. Sólo que para vivir hay que tener conciencia superior, transparente, haber comido del árbol de la vida, aquel que se hallaba en el paraíso terrenal, y jamás fue tocado por Adán y Eva.
Las Weismann la llamaron… la Casa del amor y la ternura. Comprensión y cariño... Era el más contundente programa contra la fuerza política, por fin una proclama a favor de la especie, un camino para promover lo humano, para combatir la alienación del poder. El recibimiento de Brenda al militar que va con órdenes perentorias a su casa del amor es de una gran lucidez literaria: Al llegar la policía, Brenda les soltó las reprobaciones contra una sociedad de guerreros: los recibió con una rosa, la significación de la muerte por los fusiles, el fin de la libertad, las bombas que destruían las voces de los niños, las marcas en cada hombre Toda la rebelión del espíritu femenino contra el imperio de la bestia, contra la moral de una sociedad en donde lo femenino ni lo masculino tienen asidero porque todo lo llena el espíritu del chimpancé liberado.
Las musas de la literatura son persistentes, su lucha contra las fuerzas del mono civilizado ha sido de siempre. Aristófanes, inmerso en las guerras del Peloponeso, escribió Lisístrata, la gran huelga de piernas cruzadas, llevada a cabo por las mujeres de Grecia, para que sus hombres terminaran con la torpeza de la guerra permanente. El espíritu femenino sale triunfante en la obra pero no en la realidad, las guerras continuaron, la decadencia se apoderó de Grecia, hasta cuando desapareció de la historia. Un siglo después, Aristóteles escribió en su Poética que el historiador tenía la misión de describir al mundo tal como era mientras que el poeta, como debiera ser.
No sólo la guerra fue objeto de crítica por parte de Aristófanes, también lo fue la política. Los políticos de entonces, como los de siempre, gobernaban con exceso de mediocridad, con una permanente actitud equívoca hacia el ser humano. En La asamblea de mujeres propone a través de Praxágora el gobierno de mujeres con un programa donde prevaleciera la igualdad y el amor. La crítica se dirigía a una práctica gubernamental caracterizada por la astucia y la fuerza del poder.
El espíritu femenino registrado por numerosas obras literarias ha saltado al flujo de la historia. Una relación dialéctica se entrecruza entre las dos, el discurso literario intenta desentrañar los desafueros del discurso cultural. Basta recordar La proclama del Día de las madres de la poeta y activista norteamericana, Julia Ward Howe, quien en nombre de la maternidad y la humanidad pidió la constitución de un congreso exclusivamente femenino, con el objetivo de promover la alianza de diferentes nacionalidades y arreglar amistosamente las diferencias internacionales. Incitó al levantamiento de todas las mujeres. Nuestros maridos no regresarán a nosotras en busca de caricias y aplausos, —escribió— apestando a matanzas. No se llevarán a nuestros hijos para que desaprendan todo lo que hemos podido enseñarles acerca de la caridad, la compasión y la paciencia. La conciencia de una cultura militar, de gran pobreza humana, la llevó a protestar en sus poemas y en las plazas públicas.
El talante de las Weismann es igual, la importancia de la cultura no la hallaba en el poder, ni económico ni político. Por el contrario, el amor constituía para ellas el motor del devenir humano. Y accedieron al amor con un tono libre, despojadas de cualquier moralidad, pero también de cualquier inmoralidad. Tanto Yolanda Weismann como Gloria Weismann, ambas gemelas, estaban redimidas por la presencia de un amor sin parapetos formales, pero sobretodo intenso.
El compromiso político era la característica de sus hombres: Antonio quien ejercía la alcaldía y Ramoncito quien era hijo de Lucy. El calor de la represión militar impedía la vida física y espiritual de los hombres, todo varón se sentía con la obligación de convertirse en guerrero, de combatir con las armas al poder del sargento Peñaranda, imagen frecuente en la literatura latinoamericana del poder militar. Los hombres descontaminados se hallaban conminados a la decadencia de la fuerza bruta. ¿Por qué estás entre esas paredes si tú eres bueno como las flores?
El lenguaje poético de Gloria resulta normal para una mujer cuyo motivo de la existencia lo constituyen el amor y la ternura. En el arte, la forma es el contenido. El lenguaje es mucho más semántico por su forma que por sus ideas. Y la poesía brota en el Jardín de las Weimann como si se tratara de un poema y no de un relato. El recuerdo me lleva a Anabel Lee, un relato poético o un poema relatado en donde predominan el amor, los recuerdos de infancia y la trascendencia. Sucedió muchos años atrás así comienza Poe su poema, así pudo comenzar El Jardín de las Weimann porque también es un poema, un libro lleno de poesía procedente de las mujeres que lo habitan.
El amor es el arma de Yolanda, el de cualquier mujer en sus cabales. Te quiero le dice, para luego describirlo en su futura celda: Estarás frío, con hambre, con tiritiadera en las mandíbulas, con ganas de té caliente, con ganas de Gloria Weismann. La brevedad de la frase no le resta su profundidad y su tensión. La condición deplorable del hombre está resumida: el amor lo ronda, lo asedia, sin embargo, la cárcel lo gana, lo somete a una existencia de condenado, donde el infierno lo tritura, lo reduce a las torturas de vivir sin amor, lo penaliza a soñar con un té caliente, con Gloria Weismann, con el amor, con el complemento cósmico. La tragedia del hombre radica en su enorme incapacidad para el amor, para la ternura, para la vida. Sueños miserables lo alienan, lo convierten en el peor y más distinguido de los culpables sobre la tierra.
El otro hombre, Ramoncito, tiene la juventud o la juventud lo tiene a él y, por lo tanto, también las mentiras de su edad. Por un delirio de grandeza, por el mandamiento cultural que nos obliga a construir el edificio de la importancia personal, se cree con la misión de cambiar el mundo. Pero es un hombre tradicional, poco importa si ondea el programa de una nueva sociedad, los métodos son iguales a los de sus detractores: la misma guerra que azota a la especie desde hace setenta siglos cuando se consolidó la primera revolución urbana. Con el agravante que debe desplegar una guerra más cruel que la de su opositor, el único camino para vencer. La fuerza bruta sólo se vence con una fuerza bruta superior. El camino es tan absurdo como apagar el fuego con más fuego, según afirma la filosofía oriental. Tenemos que armarnos o perderemos la guerra, dice el cura. Y Gloria Weismann le pide a Ramoncito que desista de ir al combate y él le responde con la arrogancia del enajenado: Volveré por usted cuando ganemos la guerra. La contaminación de la fuerza bruta es universal, representa el alimento de una cultura que se nutre de sangre para que los altos mandos del poder político y económico usufructúen su soberanía perversa.
La afirmación de Gloria resulta maravillosa y desconcertante: No hay guerra, Ramoncito, hay vida para los dos. Parece que dijera que el fin de la vida es la vida y no la guerra, todo destino fuera de la vida es una estupidez. Conociendo la sensibilidad femenina que transporta a Gloria, sólo de esa manera se la puede entender.
La supremacía de la insensatez se halla en un diálogo, apto para la enmarcación:
           ¡Llévame Ramoncito!
           Hoy mataremos a Maldonado y a Peñaranda.
           ¡Llévame!
           Hoy remontaremos…
           ¡Llévame!
           Hoy empezaré a ser Ramón Rodríguez.
           ¡Llévame Ramón Rodríguez!
La metamorfosis de Ramoncito en Ramón Rodríguez me recuerda la otra Metamorfosis, el advenimiento en un insecto, en un condenado a los más bajos fondos de los delirios sociales. El acercamiento a la bestia se acentúa, la distancia al hombre se hace mayor. El destino de insecto humano se cumplió, la certeza de Gloria se hizo evidente: para el ser humano no hay guerra, hay vida, es así como debiera ser la existencia según el postulado aristotélico y la finalidad literaria. Ramoncito murió en el combate, la historia seguía su camino cacofónico y cruel.
Sin embargo, las Weismann no ceden en su labor de humanizar el mundo a través del amor y la ternura. La filosofía sigue siendo la misma: …crear una generación cuyos padres no acabaran en la muerte como los de ellas… sus padres abatidos brutalmente en el régimen hitleriano, en el paraíso que les había correspondido por mandato del destino y destruido por la vileza del poder militar. Al fondo de sus almas se removía la idea bíblica de retornar al paraíso.
Jorge Eliécer Pardo (©Marcela Pachón, 2011)
Jorge Eliécer, el autor, el literato, la literatura, nos dice que las Weismann afinaron su proyecto: tendrían hijos de los hombres más inteligentes para regresar y tomar venganza. La forma de la venganza no está explícita, pero la imagino llena de amor, grandes explosiones de ternura, accesos de amistad, de cordialidad, todo un enjambre de sentimientos y estados humanos capaces de detonar el imperio de la fuerza muscular. La orgía humana en todo su esplendor, como las diez mil personas dispuestas a ver la ejecución de Grenouille, el personaje de Süskind, tocadas por el perfume del amor, por la locura del éxtasis, dispuestas a perdonar los crímenes más horrendos.
Algunos puntos se contactan entre las Weismann y Grenouille, la multitud los reconoce como excepcionales, seres vinculados con lo sagrado. Al segundo lo consideraron un ángel y se lo devoran vivo; a las primeras, En vez de putas las vieron como santas y el proyecto de Brenda era un sueño
Quizás el inconsciente colectivo, ese que tanto nombró Jung, tenga la certeza del desastre de una sociedad liderada por la moral militar, por la dialéctica de la fuerza bruta, en donde la grandeza del ser humano queda reducida a la estatura de un objeto insignificante. Por lo tanto, la tarea consiste en salir del abismo, superar este hueco evolutivo, meta de la literatura y de los buenos escritores. Basta recordar que el nombre de Lisístrata corresponde al personaje cardinal de la comedia, cuya semántica es la mujer que disuelve los ejércitos. Tanto las Weismann como Lisístrata simbolizan esa fuerza oculta que persiste en destruir a los guerreros de la muerte a través del amor que es la auténtica vida del ser humano.

Jorge Guebely, nació en
Libros publicados: Soledad y orfandad del hombre moderno en la poesía huilense. Universidad Surcolombiana, Neiva, 1987. El otro Dorado (2010)




* Nota inédita.

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