El jardín de las Weismann:
rebelión
paródica del jardín bíblico*
Eugenia Muñoz
Nadie se atrevió a preguntar de dónde
eran y a qué venían... Compraron una casa alejada del parque y de la iglesia,
con antejardín encerrado en ladrillos de huecos uniformes y con sus manos
suaves metidas en guantes plásticos plantaron semillas de todos los tamaños y
nombres, removiendo la tierra en el patio amplio de la casa de los pinos. Las
dalias, los claveles, las azucenas, los crisantemos y las rosas, crecieron como
el orgullo de las Weismann desde el momento que pusieron sus tacones cuadrados
y sus ojos azules en el lugar jamás imaginado en sus sueños de adolescencia1.
En
efecto, un lugar jamás imaginado ni aceptado por el pueblo creyente de la
tradición bíblica, ni por el entorno de la violencia que sacude los ámbitos de
la acción novelesca, es lo que Jorge Eliécer Pardo crea en su novela temprana El jardín de las Weismann (1978) en la
cual muestra los ímpetus de la creación de un mundo de ardor y de ternura en
abierta oposición no sólo contra la realidad aplastante de la violencia
desencadenada después del 48 colombiano, sino también como producto de las
ideologías colombianas de los años 70s. Es una oposición y rebelión osada contra los
cánones de la tradición religiosa represora de la libertad sexual individual y
de la negación del cuerpo como fuente del placer.
En
el mundo novelesco de El jardín de las
Weismann al igual que en Irene y
en Seis hombres, una mujer del mismo
Jorge Eliécer Pardo, se encuentran entre otros, dos ingredientes principales:
el primero, el tratamiento del placer como expresión de liberación individual,
pero sin separarlo de los sentimientos de la ternura y la nostalgia de lo
perdido y/o de la soledad de los sueños no vividos. En el segundo la mujer
ocupa un papel protagónico. La particularidad de ese protagonismo femenino está
en que la visión autorial masculina presenta la imagen de la mujer no en forma
binaria, sino complementaria, en el sentido de que el personaje hombre del
mundo novelesco pardiano no aparece distante u opuesto a la mujer. Antes bien,
ella constituye su búsqueda, su anhelo y refugio y hasta su fortaleza para los
azares de una realidad exterior hostil e incontrolable.
En
El jardín las mujeres que desempeñan
el papel protagónico, son dos generaciones de mujeres extranjeras: las
señoritas Weismann. Todas ellas que parecen una misma imagen mítica, bien
podrían representar una inversión paródica de la historia bíblica del Edén o
paraíso terrenal. Dichas mujeres como sujetos de sus actuaciones son
independientes del resto del pueblo y de los cánones religiosos, en cuanto a la
primera generación. Y en cuanto a la segunda, Gloria es la que primordialmente
ejecuta la oposición a la tradición bíblica, a la violencia satánica y a la muerte
que encarna el sargento Peñaranda. Y por sobre todo, las Weismann son las
transgresoras del orden religioso tradicional con la creación de su propio
jardín, cuyo centro es la casa rodeada de pinos y donde las leyes son la del
amor, la del placer tanto sensual como sexual y la de la ternura para el hombre
que necesite todo aquello.
Las
analogías paródicas invertidas en la novela El
jardín de las Weismann frente al texto bíblico son notorias en cuanto a las
razones de la creación del jardín paradisíaco, al ejercicio del placer erótico
prohibido y al castigo o derrota mediante el destierro y la muerte.
Las
primeras Weismann (dos parejas gemelas, Yolanda y Gloria; Mercedes y Clara),
llegan al pueblo desterradas de su paraíso de felicidad familiar original, huyendo
de la violencia, la crueldad y la muerte que los nazis infligieron en sus
padres en Alemania. En ellas está fijo el recuerdo de su paraíso perdido y el
deseo de regresar algún día, para poder continuarlo con su descendencia. Cuando
cada una de las Weismann se transforma en mujer, Yolanda la mayor de ellas y
creadora del espacio de la casa y del jardín, dirige el ritual de la rotura de
la virginidad y consiguiente concepción para obtener la descendencia con los
hombres que ellas escogen como los más indicados: Quisieron todas que el padre inicial fuera un hombre corpulento que
llegaba del Asia lejana con el corazón ablandado de miseria. Clara, la menor,
lo recibió sabiendo que sería su primer hombre. (El jardín, 59). Y en medio
del olor de las flores del jardín, que constituye un leit motiv a manera de
afrodisíaco para el amor, Clara condujo a su hombre hasta el salón que
prepararon «desde el comienzo de la
decisión» y allí el olor a flores
acabó de trastornar al asiático; le comentaron la historia de Alemania, la vida
revolcada en la nieve, el paredón untado de sangre, y terminó llorando con
ellas, desnudo, sobre una cama formada con pétalos frescos. (El jardín,
60). En el ejercicio de su libertad individual y sexual, las primeras Weismann
hacen de su espacio propio, un lugar donde querían
acabar con la vida, querían llorar, abrir los brazos y dar el mundo. (El
jardín, 69). Ante el escándalo que para los vecinos del pueblo representaba el
darse cuenta de que las Weismann atendían hombres los sábados y los domingos,
los habitantes deciden acudir a la autoridad eclesiástica para que atestigüe
las transgresiones a la moral religiosa. Pero cuando el ministro de Dios, va a
la casa del «amor y la ternura» como la llaman las mismas Weismann,
irónicamente sucede la transgresión paródica más osada para los textos bíblicos
y los mandatos de la iglesia católica: Yolanda Weismann, decide que ese
ministro es el más apropiado para tener su descendencia, y se le antoja que
será como Jesucristo, hijo de Dios. Yolanda se le presenta al sacerdote como si
fuera otra Virgen María, a quien Jesucristo, hijo de Dios, ha iluminado con su
presencia: Yo estaba en mi cama, sola,
cuando sentí que el cuerpo se me agrandaba, es para que descifre la situación,
padre, vi una luz que penetraba por debajo de la puerta, ¿quiere usted ver cuál
es esa puerta? camine por aquí padre. (El jardín, 70). El sacerdote al
pasar por la puerta penetra en el inevitable recinto de la seducción de las
flores y de la mujer voluptuosa, que una vez que lo ha seducido, (como Eva a
Adán según la versión bíblica), lo besó
como había besado a Jesucristo en su habitación y le pidió que dijera lo que
por Dios tenían las mujeres que daban ternura y amor. (El jardín, 71). Por
consiguiente, la desviación paródica del comportamiento de las Weismann está en
que para ellas es lícito prodigar el amor y la ternura a los hombres porque es
un don que Dios les ha concedido. Y en vez de sentirse culpables por el
contrario, lo que todas las Weismann hacen es enorgullecerse y celebrar la
acción transgresora de Yolanda porque según ellas, así se emparentarían con lo
divino. Y entonando un rosario adoraron
al Santo Cristo que el cura había dejado entre las cobijas blancas. (El
jardín, 71).
Una
vez que las Weismann van teniendo su descendencia la que resultó en tres
parejas de mellizas por parte de Gloria, Mercedes y Clara, llamadas Yolanda y
Gloria, Sofía y Ángela, Mercedes y María Victoria y en una única descendiente
por parte de Yolanda, que se llamó Clara; envían a su progenie a un convento de
monjas, dónde, paradójicamente, las instruyen en las prácticas rituales de la
misa, el rosario y las conductas del código religioso, mientras sus madres
consiguen ganarse el sustento y manutención de sus hijas, con el producto
económico que les deja su casa «del amor y la ternura». El hecho de que la
segunda generación de las Weismann se educó en el convento es causa de
represiones sexuales, especialmente para la segunda Yolanda, quien luego al
igual que la primera Yolanda, ha de ocupar el sitio de directora de las
actuaciones de sus otras hermanas. Sin embargo, de esta segunda generación se
desprende con más amplitud la estructura paródica novelesca que reorganiza los
hechos del perdido paraíso bíblico tradicional. El caso es que llega un día en
que las Weismann jóvenes deciden abandonar el convento y trasladarse al jardín
de su propiedad para entrar más en contacto con la realidad del mundo exterior
porque Yolanda madre rogó que ninguna se
quedara entre esas paredes de miedo y masturbación. Frente a ese mundo
exterior Yolanda segunda asume una actitud distante, principalmente en lo que
al amor se refiere y esa misma actitud es la que exige de sus hermanas, no
obstante el desespero amoroso de muchos hombres que anhelan conquistarlas en
especial, el alcalde Antonio quien se encuentra perdidamente enamorado de
Yolanda: ¿Oyó usted la música de anoche?
Buenas tardes respondió Yolanda Weismann dando un golpe suave a la puerta. El
caminó repitiendo lo mismo: ¿oyó usted anoche la serenata que le hice tocar? lo
dijo, lo repitió, lo volvió a decir, hasta cuando ni siquiera él mismo pudo
escucharse. (El jardín, 16).
La
indiferencia o más bien, represión para sentir el amor y dejar fluir el
erotismo que Yolanda impone sobre su cuerpo y los deseos de su corazón, tienen
un contrapunto en Gloria su hermana gemela. Gloria cuyo nombre
coincidencialmente tiene significación bíblica, es la única de todas las
Weismann que logra vivir el amor total de la pasión erótica del cuerpo y los
sentimientos de la ternura del corazón, que se vierten en un lenguaje poético
lírico opuesto a las palabras que nombran la violencia, la destrucción y la
muerte que se apodera del pueblo, a causa de las fuerzas del mal desencadenadas
a instancias del poder que ejerce el sargento Peñaranda. En efecto, Gloria está
por encima de las represiones religiosas al escuchar sólo las voces con que su
naturaleza le habla, libre de las imposiciones y prohibiciones para escuchar,
sentir, soñar, imaginar y crear un mundo de placer y de amor para su cuerpo y
el del hombre. Gloria suplanta a Dios al crear su propio mundo de placer
paradisíaco pletórico de los aromas y el ensueño que le producen los pétalos de
las flores del jardín que con tanto esmero cultiva. En el edén de Gloria, a la
inversa del bíblico, tampoco hay asomo de vergüenza por los cuerpos desnudos.
Por el contrario, la desnudez constituye la máxima expresión de vida natural,
consciente de la búsqueda de la satisfacción del placer que su cuerpo femenino
demanda. Su imaginación crea y dibuja incesantemente el cuerpo del hombre: Corrió hasta su cuarto dando un golpe a la
puerta cerrada con doble pasador y fue el primer momento cuando empezó a
inventarlo con los dedos sobre la cal de la pared. Lo dibujaba caminando por
encima de las flores, lo delineaba besando sus labios y terminaba en la cama
suponiendo su cuerpo desnudo. (El jardín, 14). Se observa entonces, cómo
Gloria se atreve a darle forma a sus deseos y sueños de un compañero hombre,
con imágenes pictóricas y a infundirle el aliento de la vida mediante su propio
cuerpo ardoroso de pasión y de ternura. De esta forma, ella reemplaza a Dios en
la creación del compañero para vivir feliz en su jardín y escapar a la soledad.
Al igual que Dios creó a la mujer para que el hombre no estuviera sólo en medio
del paraíso terrenal. Inicialmente el deseo de Gloria está materializado en el
cuerpo del alcalde Antonio, pero con él sólo avanza hasta la creación de las
sensaciones con la imaginación de tenerlo junto a ella, aboliendo el llanto que
le produce la soledad de mujer que la rodea en su jardín: Detuvo la herramienta con la que removía la tierra del jardín, miró
para el cielo despejado y pidiendo disculpas se retiró. Marchó para su
habitación, junto al patio, pero no lloró como siempre se esperaba, se quedó
mirando la pared, adivinó los dibujos que marcaban los pensamientos sobre la
blancura, lo vio como la primera vez, sintió entre las manos el calor de sus
dedos llenos de vellos largos, brillantes y se quedó dormida en la fascinación
de tenerlo cerca. (El jardín, 15). En la descripción anterior sobre las
actuaciones de Gloria se puede observar por una parte, cuando «pide disculpas
al cielo» que ella es consciente de su transgresión de los mandatos que niegan
el placer, pero al mismo tiempo sabe que la única vía que tiene para escapar al
destino del llanto de la soledad y la frustración es acercar el objeto de su
deseo de la manera que esté a su alcance. Por otra parte, se puede ver la
diferencia de conceptos sobre el amor sexual humano, que presenta la tradición
bíblica y la que presenta esta novela de Jorge Eliécer Pardo, principalmente a
lo largo de la historia de Gloria Weismann. Los sicoanalistas Willard Gaylin y
Ethel Person, en su libro Uniones
apasionadas, reflexión sobre el amor[1],
especifican algunas de las diferentes posiciones frente al amor y al sexo.
Entre ellas, la visión religiosa que plantea el amor sexual en términos
dualistas o maniqueístas en los cuales la carne o el cuerpo y sus sensaciones
están asociadas con lo satánico, confuso y oscuro, en perenne guerra contra lo
divino, a su vez asociado únicamente con lo espiritual, la luz y la claridad.
Otra visión, es la del amor sexual considerado como místico, en el cual dos
seres tienen un encuentro único y exclusivo de carácter sagrado en el que sus
participantes alcanzan un poder interior y vital. Un ejemplo de concepción de
este tipo de amor sexual místico citado por los sicoanalistas, es el de D. H.
Lawrence con su Lady Chatterlay y la
elección que ella hace entre los bienes materiales de su esposo y el poder
sexual de engrandecimiento y salvación personal que se le presentaba con el
hombre campesino.
En
cuanto a la historia amorosa de Gloria Weismann por un lado, la visión dualista
bíblica la calificaría como demoníaca, pero por el contrario, según la visión
al estilo de D. H. Lawrence, lo que Gloria logra finalmente vivir con su
insistencia en la imaginación y creación de su mundo de sensaciones y entregas
amorosas, es su verdadero encuentro con el cuerpo y la fuerza interior o
espiritualidad de un hombre, que desde niño la amaba. Se trata de Ramón
Rodríguez, el único ser masculino que tuvo acceso al interior del mundo de las
señoritas Weismann, y al que también como al Adán del jardín terrenal bíblico,
ellas le encargaron cuidar las flores de su jardín.
Cuando
se inició la violencia en el pueblo con sus persecuciones de muerte y torturas,
una de las primeras víctimas es el alcalde Antonio, y gran parte de los hombres
del pueblo se ven obligados a salir desterrados de su espacio para refugiarse y
organizarse en la autodefensa. Entre ellos Ramón Rodríguez, convertido en un
hombre aguerrido y lleno de indignación. Así empieza la historia de los amores
de Ramón con su Eva, la “señorita Gloria”, como él la llama desde niño. Y
precisamente el comienzo de los amores de pasión y ternura poética entre Gloria
y Ramoncito, como ella lo llama por ser mayor que él (una transgresión más), se
da en circunstancias con detalles significativos: primero, es el día en que
muere Lucy, la madre de Ramoncito y él escapa del espacio infernal donde el
sargento Peñaranda lo busca para matarlo. Entonces Ramoncito penetra en el
jardín de las Weismann y encuentra a Gloria entre las flores, llorando la
soledad de Antonio, el alcalde con quien no podría soñar más porque está
muerto. Vale observar que tanto Ramoncito como Gloria, acaban de perder a dos
seres que representaban sus esperanzas y estabilidad emocional, pero esas
ausencias y la circunstancia de la amenaza de muerte a Ramoncito hacen que los
dos se acerquen y empiecen a vivir su encuentro de placer y ternura en el
recinto cerrado, íntimo, lleno de sueños, de fantasías y poesía que Gloria
Weismann ha creado en sus días y noches de soledad y espera: Amor mío, no te vayas nunca de mi lado, de
mis noches, de mis flores, Ramoncito mío, no te dejaré ir nunca, repetía en el
dolor inicial, abrazándolo integralmente. (El jardín, 35). En este
encuentro Gloria Weismann, como Eva con Adán, conduce a Ramoncito hacia el
lugar y el descubrimiento del placer mutuo. Tan sólo que Eva y Adán se
avergonzaron de la pérdida de su inocencia, mientras que para Gloria Weismann y
Ramón Rodríguez, la pérdida de sus virginidades fue el comienzo de su glorioso
paraíso de refugio y escape del infierno exterior, así como la realización de
sus sueños de adolescentes, con la conciencia de la madurez: El ruido de muerte de la volqueta del
municipio con sus cargamentos hacia el río, las palabras de los militares que
sobrecogían y hacían llorar las flores fue el arrullo de Ramoncito y Gloria
Weismann. (El jardín, 34). Esa dualidad de la dicha vital y de la muerte
amenazante, recuerda aún más las circunstancias de la historia de Adán y Eva,
por cuanto, también ellos recibieron la amenaza de la muerte, si se atrevían a
probar el fruto prohibido. Pero en el caso del «dios» creador de Ramoncito y
Gloria, éste les ayuda a vivir sus sueños hasta donde es posible evadir la
realidad del poder satánico opositor de la felicidad del amor y del placer. Así
pues, los encuentros entre Gloria y su hombre amado, estarán marcados por la
espera ansiosa y las huidas, los silencios y las gloriosas apariciones de
Ramón, quien tiene que enfrentar y evadir la muerte una y otra vez: El se vistió sin empezar a amanecer. Gloria
Weismann se quedó desnuda, con las manos en lo alto, en medio del jardín cuando
él atravesó el patio en una sola carrera. (El jardín, 35). Por lo que se
puede ver, aquí el destierro del paraíso sólo le toca al hombre. La mujer puede
permanecer en él porque es su creadora. Sin embargo, la felicidad del placer es
nostalgia y recuerdo para Gloria, hasta que Ramón pueda regresar a su paraíso
femenino. Esa espera angustiosa de Gloria así como la amenaza de la muerte
siempre detrás de Ramoncito, hacen que ella sienta unas veces deseos de
salvarlo, denunciándolo a Peñaranda para que lo encarcele, y de esta manera
conservar su vida. Pero luego Gloria comprende que para ella él es más importante desnudo que encarcelado.
Entonces, intenta otra salida para su batalla contra la muerte y destierro de
su placer: pretende buscar la muerte para ambos y así evitar que los enemigos
de su felicidad sean los que le den muerte a Ramón. De esta manera, actuando
como dueña de su vida y de su muerte, podrá imponerse sobre la oscuridad y la
violencia, constituyéndose en poseedora absoluta de su felicidad con Ramón: No te irás Ramón Rodríguez, nos quedaremos
en nuestro sitio de caricias para siempre, porque eres y serás para mí, no
tendrás el cuerpo lleno de pólvora, ni las orejas cortadas, ni los dedos en los
juzgados…/ tendrás la muerte, pero será como lo quise desde antes de tu primera
visita. (El jardín, 105). El libre albedrío que Gloria presenta al querer
decidir sobre la vida y la muerte a instancias del amor, la lleva a pensar en
su propia muerte, para escapar de una vez por todas a las persecuciones y
zozobras y dejar su jardín terrenal, no hacia el destierro y la muerte oscura,
sino hacia la luz de la eternización cósmica de su amor como símbolo de todos
los otros mártires de la violencia sin razón: Te quitaré el olor a rosas y cogerás la tierra que nos llevaremos en la
bendición del amor, tu sangre con mi sangre, como sudor pegajoso se unirá al
tiempo y a las vidas de quienes se fueron sin querer y los que perdieron el
respirar se hallarán en el espacio de la felicidad…/ Sí, mi Ramoncito, ya no
habrá miedos ni carreras, porque seremos los dos en todo. (El jardín, 105).
Pero
la realidad de la lucha de Ramón Rodríguez en el espacio de la muerte, no
permite otra ley que la muerte por la
vida, señorita Weismann, si uno no mata, uno es el muerto… uno es el
perseguido…, (El jardín, 113), enuncia el mismo Ramón. Aunque Ramón tiene
la oportunidad de salvarse huyendo lejos, él sabe que eso sería otra forma de
estar muerto y para su código de dignidad la
bala se responde con la bala, eso sí, no me dejo coger vivo por ninguna plata
del mundo. (El jardín, 114). Por lo tanto, Gloria como creadora de la vida
de felicidad con el amor del hombre, tiene que enfrentar el poder destructor de
la violencia en una última batalla que no le permitió el triunfo. La traición
de alguien sin nombre en el texto novelesco, transformó trágicamente el jardín
de Gloria en el mismo jardín bíblico tradicional de dolor y separación del
poder divino creador y del amor, una vez se produjo la caída a instancias del
mal satánico: De pronto sentía su olor y
sus palabras pegadas contra la cal de las paredes, contra su piel desnuda.
¿Eres tú, Ramoncito? El avanzaba por la alcoba. Estoy sola vida mía, decía.
(El jardín, 125).
Finalmente,
es el ser colectivo del pueblo el que se une a la voz de Gloria que una y otra
vez declara tiernamente: Los hombres
guapos como tú no tienen derecho a morir. (El jardín, 125). En las últimas
líneas de la novela, se percibe la voz autorial creadora de todo ese mundo
paródico donde los sueños de felicidad pueden vivirse de modo diferente a como
es la vida después del paraíso bíblico perdido: Un ruido de helicóptero igual al de la muerte se llevó los ojos
abiertos de Ramón Rodríguez y todos lo miraron desde las casas, con las
lágrimas calladas y con el pecho palpitante. (El jardín, 125). Si bien es
cierto, que la muerte vence la felicidad del jardín de las Weismann donde
Gloria pudo vivir entre las dalias, los crisantemos y las rosas, sus sueños de
adolescente y sus deseos de mujer, es significativo, que la última visión de su
compañero hombre, sea la de un cuerpo que asciende por los aires y que no ha
cerrado los ojos. ¿Divinización y/o mitificación? En todo caso, eternización.
Bibliografía
Gaylid Willard, Person
Ethel, Passionate Attachments. Thinking
about love. London: Collier Macmillan Publishers, 1988.
Genette, Gerard, Palimpsestos. La literatura en segundo
grado. trad. Celia Fernández Prieto. Madrid: ediciones Tauro, 1962.
Pardo Jorge Eliécer El jardín de las Weismann. Ibagué: Pijao
editores, 1982.
Russell, M. Lotty. Ed. Feminist Interpretation of the Bible. Philadelphia:
The Westminster Press, 1985.
The New American Bible.
Ed. Stephen J. Hertdegen, Australia: World Catholic Church, 1970.
Eugenia Muñoz,
nació en Cali, Colombia. Poeta y ensayista. Profesora de Virginia Commonwealth
University.
Libros
publicados: Ser de mujer. Poemas. Editorial (2007); La vida en
Poemas. CD (2006); Enseñanza de Poesía y Cultura Hispánicas (2007); Novelización
y parodia del mundo femenino en cuatro autores colombianos: Gabriel García
Márquez, Rafael Humberto Moreno Durán, Fanny Buitrago y Jorge Eliécer Pardo. (1997);
Voces y Razones. Poemas. (1995).
*
Este ensayo ha sido publicado en: Jorge
Eliécer Pardo: Obra literaria 1978-1986. Pijao editores, 1994, páginas 305
a 313. Eugenia Muñoz M. Novelización y
parodia del mundo femenino en cuatro autores. Pijao editores, 1997, páginas
65 a79.
1
Las referencias y citas aluden a la 3ª edición de El Jardín de las Weismann, Ediciones Corporación Universitaria de
Ibagué, Ibagué, 1984.
[1] Ver Willard Gaylin y
Ethel Person, (1988). Passionate
Attachments. Thinking about Love. (London: Collier Macmillan Publishers),
pp. 29-31.
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