El
Jardín de las Hartmann,
la última obra de Jorge
Eliécer Pardo*
Eduardo
Santa
Eduardo Santa, 2012 |
Sostiene
el distinguido crítico literario Germán Vargas, en su importante prólogo al
libro de cuentos tolimenses, publicado con el título de La violencia diez veces contada, que quizá no sea aventurado decir
que el centro de la narrativa colombiana está hoy en el Tolima. Para
fundamentar esta tesis cita la obra de una decena de cuentistas vivos que han
venido trabajando con entusiasmo y con éxito en estas difíciles comarcas de la
literatura. Y entre los más jóvenes destaca la obra de Germán Santamaría, Jorge
Eliécer Pardo, Álvaro Hernández y Carlos Orlando Pardo. A estos nombres de cuentistas, que todavía no
han traspasado los lindes de los treinta años de edad habría que sumar otros
más jóvenes que vienen detrás siguiendo sus huellas, como para confirmar lo
dicho por Germán Vargas.
Germán Vargas Cantillo |
Entre
estos jóvenes cuentistas nombrados anteriormente, es Jorge Eliécer Pardo el
primero que se aventura a lanzar a la luz pública su primera novela: El Jardín de las Hartmann. Se trata de
una pequeña obra (115 páginas) casi un cuento largo, en la cual trata el ya
manoseado tema de la violencia política que azotó al país en épocas de ingrata
recordación. El tema pues, de por sí, implica un serio compromiso y justamente
en él han naufragado muchos narradores de amplia trayectoria y sólido
prestigio, para no hablar de los iniciados, pues lamentablemente se han quedado
en lo puramente anecdótico, en los superficial, en lo fácilmente espectacular,
en lo que pudiéramos llamar la piel de los acontecimientos, contentándose
muchas veces con el inventario de las víctimas o con el simple relato
policiaco, sin ahondar en las profundas
raíces sociales del fenómeno, sin crear personajes consistentes, verosímiles y
definidores de una situación real.
A veces
lo que se nos ha presentado abusivamente como novelas de violencia, con mucho despliegue publicitario, no pasan
de ser remedos de expedientes judiciales. Por esos sorprende que un joven
autor, como Jorge Eliécer Pardo, haya roto esta lamentable tradición de
confundir la novela con la crónica roja,
en este tema de la violencia política, para ofrecernos una obra donde ya
hay un comienzo de auténtica novelización, a nivel estético.
Ciertamente
la violencia en la novela de Pardo no es simple inventario de muertos o prolija
descripción de torturas sino ambiente, atmósfera en los que se respira un
viento de terror, sin necesidad de recurrir a truculencias.
En su
novela Jorge Eliécer Pardo logra ejercer elementos sicológicos, como el odio y
la ternura, para crear ese clima en el que la violencia se hace más patética
por el contraste mismo con los elementos del amor y de la vida. Quizá esto sea
lo más positivo del libro. Porque esboza un camino, descubre una brecha,
saliéndose de los cánones o normas dentro de las cuales había sido tratado el
tema anteriormente. Y demuestra que la simple contabilización de víctimas, el
relato escueto de las atrocidades está más cerca del expediente de policía que
de la obra de arte.
Este
joven valor de la literatura colombiana nos ha dado una lección: el tema de la
violencia a nivel literario requiere un toque humano de amor, de ternura, de
poesía. En realidad, Jorge Eliécer Pardo ha abierto esa brecha. Y ese es, a mi
modo de ver, el principal valor de su obra. Naturalmente, hay que tomar El Jardín de las Hartmann como el
comienzo de su obra novelística, que esperamos sea constante y no esporádica,
hecha con rigor, con responsabilidad, con esfuerzo. Pero en este comienzo ya se
vislumbra lo que Jorge Eliécer Pardo está en capacidad de dar a la literatura
colombiana. En sus páginas hemos visto a un verdadero novelista en ciernes. Y
eso es mucho decir, a su edad, si
tenemos en cuenta que este género es tan complejo y difícil. Producir una gran
novela siempre ha sido producto de una inmensa madurez, después de muchas
búsquedas, tanteos, desgarramientos espirituales y, sobre todo, de una vista
sometida a las más duras disciplinas de la inteligencia y de la voluntad. Pero
en Jorge Eliécer está lo principal para iniciar esa carrera de novelista: su
temperamento, es decir, su capacidad para meterse dentro de una realidad,
extraer de ella sus elementos, como el escultor que sabe la calidad de mármol y
lo extrae para trasformarlo en realidad estética. Porque el artista tiene la
misión de crear mundos nuevos, extrayendo sus elementos de la realidad. La obra
de arte es la amalgama de la realidad y la fantasía, o mejor, la realidad es el
mármol y la imaginación el cincel.
Pero
también hay algo que, finalmente, deseo destacar en ésta su primera novela. Y
es que, a pesar de tratar un tema tan
cercano a la hora actual, cuando se carece todavía de una perspectiva para
elaborar plenamente la obra de arte madura que defina esa tenebrosa época de
oprobio, Jorge Eliécer Pardo logra sortear con éxito lo puramente anecdótico.
Ninguno de sus personajes, ninguna de las situaciones, pueden identificarse con
persona o lugar conocido. Los nombres de los protagonistas y de los sitios
donde se desarrollan los acontecimientos, nada tienen que ver con personas
vivas o muertas, en particular. Jorge Eliécer Pardo los ha creado con validez
universal, en el sentido de que esos personajes existieron o pudieron existir
en cualquier parte de Colombia, en cualquiera de las ciudades, aldeas o
villorrios azotados por el flagelo de la violencia. Son arquetipos humanos.
Existieron en muchos lugares, con otros nombres, en diferentes condiciones. No
hay una identidad con nadie en particular, sino con todos los que vivieron o
padecieron bajo la sombra ignominiosa del terror, amando por contraste la vida
y sintiendo en las pisadas cautelosas de la muerte el estremecimiento del amor.
Ninguno, pues, de sus personajes tienen una naturaleza anecdótica o es remedo de
alguien que viva o haya vivido en nuestro medio. Porque la labor del novelista
auténtico no es copiar la realidad sino trasformarla en su imaginación en
realidades nuevas. Las realidades que viven del arte y de la literatura.
Eduardo Santa, nació en
El Líbano, Tolima, 1927. Abogado de la Universidad Nacional, postgraduado en
ciencias políticas de la Universidad George Washington, especializado en
bibliotecología en Puerto Rico y en técnicas de la investigación en la
Universidad de Columbia en Nueva York. Profesor Emérito de la Universidad
Nacional y Maestro, de la misma.
Libros
publicados: Sin tierra Para Morir. (1954); El Girasol. 1956; Arrieros
y Fundadores. (1961; Rafael Uribe Uribe: Un hombre y una época. (1962;
Nos duele Colombia: Ensayo de Sociología Política.(1962); Introducción
a la sociología. (1968); Realidad y Futuro del Municipio Colombiano. (1969);
El Mundo Mágico del Libro. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1974; Los
Espejos del tiempo. (1978); ¿Qué pasó el 9 de Abril?: Itinerario de una
Revolución Frustrada. (1982); Instituciones políticas de Colombia. (1981);
El Pastor y las Estrellas: Una Filosofía de la Vida. (1984); La
crisis del humanismo: Ensayos de crítica social. (1986); Adiós Omayra:
La Catástrofe de Armero. (1988); Cuarto Menguante. (1988); Recuerdos
de mi Aldea. (1990); Consideraciones en torno a la novela PAX. (1990?);
Porfirio Barba-Jacob y su Lamento Poético: (Estudio Crítico). (1991); La
Colonización Antioqueña: Una empresa de caminos. (1993); El Paso de las
Nubes: Poemas. (1995); El General Isidro Parra. (1995); El libro
de los oficios de antaño. (1998); Crónica de un bandido legendario:
Historia real en 26 cuadros cinematográficos. (2004).
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