lunes, 30 de julio de 2012

Eduardo Santa: El Jardín de las Weismann la última obra de Jorge Eliécer Pardo


El Jardín de las Hartmann,
la última obra de Jorge Eliécer Pardo*

Eduardo Santa

Eduardo Santa, 2012

Sostiene el distinguido crítico literario Germán Vargas, en su importante prólogo al libro de cuentos tolimenses, publicado con el título de La violencia diez veces contada, que quizá no sea aventurado decir que el centro de la narrativa colombiana está hoy en el Tolima. Para fundamentar esta tesis cita la obra de una decena de cuentistas vivos que han venido trabajando con entusiasmo y con éxito en estas difíciles comarcas de la literatura. Y entre los más jóvenes destaca la obra de Germán Santamaría, Jorge Eliécer Pardo, Álvaro Hernández y Carlos Orlando Pardo.  A estos nombres de cuentistas, que todavía no han traspasado los lindes de los treinta años de edad habría que sumar otros más jóvenes que vienen detrás siguiendo sus huellas, como para confirmar lo dicho por Germán Vargas.
Germán Vargas Cantillo
Entre estos jóvenes cuentistas nombrados anteriormente, es Jorge Eliécer Pardo el primero que se aventura a lanzar a la luz pública su primera novela: El Jardín de las Hartmann. Se trata de una pequeña obra (115 páginas) casi un cuento largo, en la cual trata el ya manoseado tema de la violencia política que azotó al país en épocas de ingrata recordación. El tema pues, de por sí, implica un serio compromiso y justamente en él han naufragado muchos narradores de amplia trayectoria y sólido prestigio, para no hablar de los iniciados, pues lamentablemente se han quedado en lo puramente anecdótico, en los superficial, en lo fácilmente espectacular, en lo que pudiéramos llamar la piel de los acontecimientos, contentándose muchas veces con el inventario de las víctimas o con el simple relato policiaco,  sin ahondar en las profundas raíces sociales del fenómeno, sin crear personajes consistentes, verosímiles y definidores de una situación real.
A veces lo que se nos ha presentado abusivamente como novelas de violencia, con mucho despliegue publicitario, no pasan de ser remedos de expedientes judiciales. Por esos sorprende que un joven autor, como Jorge Eliécer Pardo, haya roto esta lamentable tradición de confundir la novela con la crónica roja,  en este tema de la violencia política, para ofrecernos una obra donde ya hay un comienzo de auténtica novelización, a nivel estético.
Ciertamente la violencia en la novela de Pardo no es simple inventario de muertos o prolija descripción de torturas sino ambiente, atmósfera en los que se respira un viento de terror, sin necesidad de recurrir a truculencias.
En su novela Jorge Eliécer Pardo logra ejercer elementos sicológicos, como el odio y la ternura, para crear ese clima en el que la violencia se hace más patética por el contraste mismo con los elementos del amor y de la vida. Quizá esto sea lo más positivo del libro. Porque esboza un camino, descubre una brecha, saliéndose de los cánones o normas dentro de las cuales había sido tratado el tema anteriormente. Y demuestra que la simple contabilización de víctimas, el relato escueto de las atrocidades está más cerca del expediente de policía que de la obra de arte.
Este joven valor de la literatura colombiana nos ha dado una lección: el tema de la violencia a nivel literario requiere un toque humano de amor, de ternura, de poesía. En realidad, Jorge Eliécer Pardo ha abierto esa brecha. Y ese es, a mi modo de ver, el principal valor de su obra. Naturalmente, hay que tomar El Jardín de las Hartmann como el comienzo de su obra novelística, que esperamos sea constante y no esporádica, hecha con rigor, con responsabilidad, con esfuerzo. Pero en este comienzo ya se vislumbra lo que Jorge Eliécer Pardo está en capacidad de dar a la literatura colombiana. En sus páginas hemos visto a un verdadero novelista en ciernes. Y eso es mucho decir, a su edad,  si tenemos en cuenta que este género es tan complejo y difícil. Producir una gran novela siempre ha sido producto de una inmensa madurez, después de muchas búsquedas, tanteos, desgarramientos espirituales y, sobre todo, de una vista sometida a las más duras disciplinas de la inteligencia y de la voluntad. Pero en Jorge Eliécer está lo principal para iniciar esa carrera de novelista: su temperamento, es decir, su capacidad para meterse dentro de una realidad, extraer de ella sus elementos, como el escultor que sabe la calidad de mármol y lo extrae para trasformarlo en realidad estética. Porque el artista tiene la misión de crear mundos nuevos, extrayendo sus elementos de la realidad. La obra de arte es la amalgama de la realidad y la fantasía, o mejor, la realidad es el mármol y la imaginación el cincel.
Pero también hay algo que, finalmente, deseo destacar en ésta su primera novela. Y es que,  a pesar de tratar un tema tan cercano a la hora actual, cuando se carece todavía de una perspectiva para elaborar plenamente la obra de arte madura que defina esa tenebrosa época de oprobio, Jorge Eliécer Pardo logra sortear con éxito lo puramente anecdótico. Ninguno de sus personajes, ninguna de las situaciones, pueden identificarse con persona o lugar conocido. Los nombres de los protagonistas y de los sitios donde se desarrollan los acontecimientos, nada tienen que ver con personas vivas o muertas, en particular. Jorge Eliécer Pardo los ha creado con validez universal, en el sentido de que esos personajes existieron o pudieron existir en cualquier parte de Colombia, en cualquiera de las ciudades, aldeas o villorrios azotados por el flagelo de la violencia. Son arquetipos humanos. Existieron en muchos lugares, con otros nombres, en diferentes condiciones. No hay una identidad con nadie en particular, sino con todos los que vivieron o padecieron bajo la sombra ignominiosa del terror, amando por contraste la vida y sintiendo en las pisadas cautelosas de la muerte el estremecimiento del amor. Ninguno, pues, de sus personajes tienen una naturaleza anecdótica o es remedo de alguien que viva o haya vivido en nuestro medio. Porque la labor del novelista auténtico no es copiar la realidad sino trasformarla en su imaginación en realidades nuevas. Las realidades que viven del arte y de la literatura.

Eduardo Santa, nació en El Líbano, Tolima, 1927. Abogado de la Universidad Nacional, postgraduado en ciencias políticas de la Universidad George Washington, especializado en bibliotecología en Puerto Rico y en técnicas de la investigación en la Universidad de Columbia en Nueva York. Profesor Emérito de la Universidad Nacional y Maestro, de la misma.

Libros publicados: Sin tierra Para Morir. (1954); El Girasol. 1956; Arrieros y Fundadores. (1961; Rafael Uribe Uribe: Un hombre y una época. (1962; Nos duele Colombia: Ensayo de Sociología Política.(1962); Introducción a la sociología. (1968); Realidad y Futuro del Municipio Colombiano. (1969); El Mundo Mágico del Libro. Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1974; Los Espejos del tiempo. (1978); ¿Qué pasó el 9 de Abril?: Itinerario de una Revolución Frustrada. (1982); Instituciones políticas de Colombia. (1981); El Pastor y las Estrellas: Una Filosofía de la Vida. (1984); La crisis del humanismo: Ensayos de crítica social. (1986); Adiós Omayra: La Catástrofe de Armero. (1988); Cuarto Menguante. (1988); Recuerdos de mi Aldea. (1990); Consideraciones en torno a la novela PAX. (1990?); Porfirio Barba-Jacob y su Lamento Poético: (Estudio Crítico). (1991); La Colonización Antioqueña: Una empresa de caminos. (1993); El Paso de las Nubes: Poemas. (1995); El General Isidro Parra. (1995); El libro de los oficios de antaño. (1998); Crónica de un bandido legendario: Historia real en 26 cuadros cinematográficos. (2004).




* Nota publicada en Afirmación liberal, Vida de los libros, febrero de 1979.

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