lunes, 30 de julio de 2012

Gustavo Álvarez Gardeazábal El Jardín de las Weismann


El Jardín de las Weismann*

Gustavo Álvarez Gardeazábal

Gustavo Álvarez Gardeazábal 
Nota publicada en El Colombiano, 1978
Resulta verdaderamente imposible ser justo cuando uno, novelista de hace mucho rato, encuentra libros tan tonificantes que acaso le entusiasman en algún momento, pero de los cuales llega a ser difícil emitir una observación imparcial porque en fugaces recovecos, o en palpitantes acciones se alcanza a vislumbrar aquello que uno, como novelista, escribió alguna vez.

Sin embargo, como ya va siendo demasiado habitual este comentario de libros cada semana y como las palpitaciones positivas o negativas han hecho parte vital de todos los comentarios de libros de todas las épocas y, como además en un país tan huérfano de información sobre los libros que aparecen no pueden adherirse a las prevenciones perfectísimas de los aspirantes al papado de la crítica literaria, resulta casi que imposible quedarse callado ante los valores y trascendencia que posee la novela de Jorge Eliécer Pardo, El Jardín de las Weismann, que Plaza y Janés acaba de poner al mercado en su colección Rotativa.

Y no se puede guardar silencio pese a todo el sentimiento de espejo que pueda removerse, porque cuando un novelista da sus primeros pasos luego de quebrada y no muy lucida carrera por los caminos del cuento y se presenta ante sus lectores con una obra adherida al esquema recordatorio de sus elementos anteriores, pero con un tono y una altura que la convierten en asimilable. Cuando eso suceda, lo menos que puede hacerse es guardar respetuoso silencio o esperanzadora observación.

El Jardín de las Weismann es una novela breve, imbuida de lleno en el mundo mitológico de la Colombia de las últimas décadas de la violencia política. Una novela cargada de realismos mágicos y de alusivas reiteraciones a lo eterno de los problemas del hombre en nuestro país, del hombre latinoamericano. La historia de las mujeres alemanas que llegaron al desconocido pueblo de los Andes colombianos a buscar la tranquilidad que los comienzos de la guerra les hicieron perder en sus nativos lares. Vistas como fruto de la observación tropical que las encerró en su casa de jardines para mitificar al unísono, y por consiguiente cargadas con todo el peso del misterio y con toda la responsabilidad de una historia muchas veces narrada en la literatura colombiana, pero muy pocas veces contada como lo hace Jorge Eliécer Pardo en este libro.

La vertiginosidad del relato elimina los problemas del tiempo. La estrechez de la estructura dificulta un poco las aparentes modificaciones ideológicas que pueden soportarse. La imposición generacional de las alemanas originales que llegaron con un carro desbaratado y guardado en cajas para nunca armar sino en sus recuerdos, se nota demasiado en las siete hijas criadas en conventos mientras ellas hacían el amor en medio de jardines.

Y aunque se crea lo contrario, esa transmisión de poderes de las alemanas originales que llegaron a un pueblo de los Andes en un día y fecha que nunca se dicen, resulta demasiado poética para quien espera un mayor cubrimiento de los ángulos de la anécdota graciosa de siete alemanas encerradas en un pueblo chico haciendo el amor a escondidas todas las noches con los guerrilleros que bajan del monte.

Pero aunque todos estos aparentes defectos se noten en la novela de Jorge Eliécer Pardo, el gran mérito de ella reside en la forma ajustada como ha decidido manejar los elementos de la tradicionalidad narrativa de la violencia política colombiana, para envolverlos en actitudes mágico-míticas o si se quiere decir más claramente, en los faldones de las alemanas que llegaron a ese perdido pueblo de los Andes.

Cargada de alusiones, la novela utiliza el lenguaje de los poetas. Siempre en las descripción de las actitudes y circunstancias, tal vez le permite conocer al lector suspicaz que al escritor todavía le da miedo avanzar en el manejo de lo narrado y que las estructuras habituales de cuentista le pesan demasiado. Pero si bien ambas cosas pueden resultar siendo fallas para los perfeccionistas, en la pequeña novela de las Weismann se convierten en herramientas agradables para un cometido ambicioso.

Por lo reducido del relato (rezago del cuentista que se mete a novelista), la historia no pierde el peligro de convertirse en epopeya panfletaria y gana en tensión lo bastante como para saltar sus indudables armaduras de ambigüedad y confusión que posee.

Por lo concreto del lenguaje (asomos del poeta que debió haber sido Jorge Eliécer Pardo), la novela gana en el derecho a jugar con el realismo, con la mitología provinciana, con esa chismografía que escala tras escala va volviéndose mito y se mete de lleno en la eterna verdad del guerrillero latinoamericano, ansioso de una noche de amor o de una tarde de gloria inútil.

Para ser la primera novela de un antiguo cuentista, la obra es de excelsas calidades. Para la literatura colombiana, ansiosa de nuevos valores y de amables empeños germinantes, un bastón de espacialísima importancia. Para los lectores de novelas, una obra recomendable.


Gustavo Álvarez Gardeazábal. Nació en Tulúa en 1945. Periodista y narrador.

Libros publicados: Piedra Pintada (1965); El Gringo del Cascajero (1968); La Boba y el Buda (1972); Dabeiba (1973); El Bazar de los Idiotas (1974); Los Míos; El Titiritero; Pepe Botellas; El Divino (1986); El Último Gamonal (1987); Los Sordos ya no Hablan (1991); El Prisionero de la Esperanza; Entre la Verdad y la Mentira; Comandante Paraíso; Las Mujeres de la Muerte; Cóndores no entierran todos los días (1971); I (2007, publicada inicialmente en Internet).





* Alude a la primera edición, Plaza Janés, 1978. Este artículo fue publicado en el Suplemento dominical de El Colombiano, Medellín - Colombia 1978 (10 de Septiembre, pág. 2).


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